El miedo cierne sobre ti, tus decisiones
comienzan a vencer tu libertad, sientes una terrible angustia al ver partir de
tu lado a la razón de tu cordura, quien en medio de requiebros te ha dado valor
para seguir adelante, incomprendido,
angustiado, pero te ha tenido a raya de ir al desbarrancamiento que te hubiera
hecho sucumbir en mayores desdichas, aplastado por tu voluntad impulsiva que no
teme al peligro ni lo mide, un tonto imprudente que camina como sonámbulo sobre
una cuerda floja sobre un despeñadero con cuya caída no podrías volver a
levantarte.
Pero sigues aquí, ves el reloj, el tiempo
avanza, y cada segundo que pasa, es un segundo menos que le tendrás cerca, para
poder dejar caer tu rostro sobre su regazo, donde podías dejar fluir tu dolor materializadas
en lágrimas liberadoras y donde tus odio y total descontentos quedaban
desvanecidas. Vas poco a poco llorando en silencio al ver que se acerca el
momento de su partida cuando escucharás un motor de un vehículo detenerse
afuera, y el claxon sonará, entonces irá a la ventana a verificar si es el vehículo
que esperaba, y al confirmarlo, tomará sus cosas, tal vez con indiferencia, o
tal vez te de una última mirada o un último abrazo, y tal vez sentirá el mismo
dolor que sientes tú, quizás sus rostro reflejen como un espejo lo destrozados
que estarán ambos, pero todo es inevitable, el claxon del auto fuera seguirá
sonando insistentemente, y ningún dolor del corazón podrá evitar su partida, a
estas alturas no hay paso atrás que dar, solamente puede que se den unas últimas
palabras y se dirigirá a la puerta, bajará las escaleras… Tú, puede que
tratando de asimilar que se irá, o tal vez en un acto involuntario de aferración,
le acompañarás a la puerta, juntos bajarán por la escalera, le abrirás la
puerta metálica que con ese golpe estridente hará eco en el pasillo al abrirse
y le acompañarás a la puerta del auto, tratarás en todo momento de contener el
llanto lo más que puedas, a duras penas podrás pronunciar monosílabos sin
delatarte, le verás subir al auto, tomar su lugar dentro, y se cerrará la
puerta, y tendrán un vidrio que los dividirá y a través del cual se darán una
última mirada y el auto arrancará, verás alejarse el vehículo y no le perderás
de vista, lo observarás con nostalgia como mirabas el sol perderse en el
horizonte en un atardecer; no dejas de mirar al auto alejarse hasta que se
detiene un poco para doblar una esquina, mientras te preguntas: ¿Por cuánto
tiempo no volverán a verse?
Dobla la esquina y ya se ha ido, tu sobre tus
pasos regresas, cruzas la puerta metálica y la cierras, el estridente sonido te
estremece los nervios, subes las escaleras, llegas a la puerta del apartamento
donde estarás solo en adelante, cruzas la puerta, y la cierras tras de sí, te
diriges a la sala, cierras las cortinas para que no te vean desde afuera.
Te sientas, imaginas que volverás a oír abrirse
las puertas que acabaste de cerrar, que entrará y vendrá a sentarse junto a ti,
pero asimilas la realidad, que se ha ido y no volverá, y si lo hace, no sabes
cuándo.
Coges un cojín que tienes a la mano, lo
presionas con mucha fuerza, nuevamente estás embargado por la soledad, esta
vez, no contienes tu dolor, y lo dejas fluir, seguro que ya nadie te verá,
dejas de contenerte y lloras desconsoladamente.
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