sábado, 28 de marzo de 2020

¿PERDÓN? ¿PARA QUÉ?



Ciertamente, y sin escatimar las consecuencias de sus actos, se dijeron lo que pensaban tal cual se sentían. Una relación, arduamente conquistada, y duramente defendida, tras insomnio y noches de ansiedad precedidas a varios rompimientos que luego fueron cancelados, se terminó de fisurar para siempre y de manera irremediable lo que habíase construido entre ellos.

Un momento de cólera y rabia, destrozó todo lo difícilmente logrado por aquellos ingenuos que torpemente trataban de recorrer el intrincado camino del amor, sin saber ninguno el norte, y no teniendo más que el cariño mutuo para sostener el pilar sobre el que se sostenía su relación.

Las fuerzas expansivas, de la energía obscura afectaba también aparentemente a la unión que sobre ellos había, ya no bastaba el amor que sentían por el otro, cuando las palabras iban poniéndose en medio de ellos e iban empujando a uno contra el otro en opuesto alejamiento, nada o poco había que hacer para contrarrestar esas fuerzas invisibles, de palabras amargas que nunca debieron ser dichas.

¿Perdón? ¿Para qué? Si ese recurso ya había sido usado tantas veces que su efectividad fue gastada, la confianza se había extinto hasta el punto de dudar de la sinceridad de sus besos o la honestidad de sus caricias.

¿Qué podría entonces unir a aquellas almas melancólicas que poco a poco iban alejándose de entre si, adentrándose en la obscuridad de la soledad, esperando tal vez, encontrar a otro astro gemelo sobre el cual volver a orbitar?

jueves, 26 de marzo de 2020

LA FLOR


   
   Sentado en una banca, en aquel solitario mirador, de mañana fresca y húmeda, con brisa suave que acariciaba mi rostro como sus suaves manos previas a regalarme un beso, miré una flor.

   Le miré a los ojos, aquella extraña mirada mansa lujuriosa y perversa que me fascinaba y hacia doblegar a mi alama a que se pusiera de rodillas mientras trataba de mantener la compostura, y pronunciar alguna palabra, pero solo pude balbucear, me sentía tan débil ante su mirada atemorizante que me bañaba de ternura, tanta que no podía resistirme a dejar mi seriedad fingida y sonreír como un niño que disfrutaba ser mimado.

-          Que sucede, me preguntó

   Esbozó una sonrisa pícara, eso me derritió, solo volví la mirada a otro lado, y miré la bella flor, fui hasta ella, era un diente de león, era tan feliz que no lo podía disimularlo, y al mismo tiempo no quería dejar de estarlo.

-     Es una bella flor – Le dije – Estoy en una encrucijada, si amo a esta flor, y la arranco para tenerla, eventualmente se marchitará, pero si la dejo donde está, también morirá, pero vivirá mucho más tiempo que en mis manos. ¿Amar es poseer o dejarle vivir su vida? No lo sé.

   Cuando contemplaba la flor, pensaba en su mirada, en cuan feliz era estando a su lado, no podía poseerlo para mí, pero me sentía bien contemplar ver cuán feliz era, cuan bien disfrutaba caminar de la mano conmigo, y cuan feliz me hacía el hecho de que teniendo la libertad de irse para siempre, elegía permanecer a mi lado, a cambio de nada, y a cambio de todo.

   Una lagrima sentí descender por mi mejilla, pero no dejé que lo notara, era tan feliz como nunca lo había sido, no pensé ser tan feliz con cosas tan sencillas y simples, mirar al cielo y sentir una suave mano tocar la mía, acariciar mis dedos suavemente, subir por mis brazos, llegar a mi cara, y voltear mi rostro hasta dirigirlo al encuentro de sus labios, no pudiendo resistirme a ese hipnótico placer de compartir su aliento, Y tener aquellos ojos tan deslumbrantes tan cerca mío, mirándome y pareciendo penetrar en mí, adentrándose en mi alma para llenarlo de su apacibilidad que destruye mi tristeza con tanta violencia, que puedo sentir el éxtasis absoluto sin preocuparme de más nada de vivir el momento, de sentirme tan vivo.

   Y voltee a la mirada hacia donde estaba, y esos ojos, ¡Oh Dios mío! me encontré con esos ojos, con esa mirada frente a la cual no tenía defensa alguna, me observaba e involuntariamente una sonrisa se esbozó en mis labios, sentí mis hombros caer, y me dejé caer a sus brazos, le abracé tan fuerte y dulcemente que no pude sino suspirar de alegría al sentirme tan lleno de vida.

-          ¿Que sucede? – Me preguntó
-          Sucede todo – Le respondí – Solo anhelo un abrazo tuyo, y que este momento dure lo que le queda al universo de vida.

   Pero era la realidad obvia que no duraría mucho, y ambos lo sabíamos, y sin decir palabras, nos abrazamos fuerte y dulcemente, mientras yo solo cerraba los ojos y navegaba en ese mar de emociones embriagantes que solo un abrazo tierno puede otorgar.

   Nos miramos y nos besamos, no mediamos palabra alguna, de alguna manera sabíamos lo que necesitábamos, cualquier palabra salida de nuestros labios hubiera sido solo ruido, por que solo nosotros habíamos llegado a comprender el lenguaje de los abrazos, las caricias y los besos, y con eso decíamos mucho más que cualquier elocuente palabra o explicación que podríamos articular.
   
   Se me ocurrió algo entonces, fui a la flor diente de León, y decidí hacer algo.

Le Pedí un deseo, que la flor jamás se marchitara, pero conociéndolo, sé que igual se marchitaría.
Le Pedí que a mi lado siempre se quedara, pero como es rencoroso, sé que al final se lo llevaría.
Le pedí que ese instante jamás terminara, pero viendo su imparable paso, sabía que al final aquel instante se esfumaría.
El tiempo al verme triste, me consoló diciéndome, que el recuerdo, si solo eso me dejaría.

lunes, 23 de marzo de 2020

BOSQUE VIVO


   Caminaba por una ruta desconocida, adentrándome en el bosque de la montaña, buscando cobijarme con la sombra fresca de los árboles de los incinerantes rayos del sol de aquella tarde de verano, y siguiendo un camino de pendiente empinada, avancé sin saber a dónde me llevaba, creí por un momento que sería un atajo para mi destino final, pero a medida que avanzaba, y que mi cuerpo se iba llenando de sudor, vi que me estaba dirigiendo más al este de lo que debería, caí en cuenta de mi error al tomar aquel camino, pero aún seguía caminando, esperando en algún momento, un viraje hacia el oeste para retomar al destino al que me dirigía, pero me iba dirigiendo más y más en la orientación equivocada, y pronto de tanto caminar, me encontré frente a un imponente árbol que dominaba el paisaje, y lo tomé como un hito del final de aquel camino, aquel árbol que sobresalía de entre los demás, parecía con su imponencia decirme que me detuviera, que diera media vuelta, que hasta allí debiera avanzar, su presencia era el punto de no retorno, mi instinto me decía que debía obedecer, y decidí aquel día escuchar aquella voz interior mía, y regresé, di media vuelta, pero no podía evitar fotografiar aquel árbol que tenía enfrente. Era algo, casi una experiencia mística sentir la presencia de un árbol, un ser vivo que muchas veces es subestimado por la ambición humana, pero sentí su presencia tan viva, que me observaba amenazante, tratándome de dar alguna advertencia.

   Decidí retornar, siguiendo el camino que me había llevado hasta ese APU, el camino de regreso fue nostálgico, caminaba bajo la copa de los árboles, y sentía una energía que emanaba de ellos, no podría explicar, mas que era una sensación de atravesar un bosque vivo, cuyas presencias podía percibir, aunque no podían comunicarse conmigo, presentía que no estaba solo, que iba acompañado, como si ellos temerosos de tenerme ahí se incomodaran, o me protegían, a pesar de ello no me sentía amenazado, y a cada paso, no podía evitar mirar a ambos lados y hacía arriba, y al dirigir mi mirada hacia la copa de los árboles, veía entrelazar en la cima sus ramas y sus hojas, sentí como si me estuvieran protegiendo de algo, no me sentí solo ni un solo instante, y tampoco sentía miedo, sentía paz de caminar por presencias apacibles y tranquilas, me sentía protegido mientras caminaba de seres que habías estado sobre la tierra desde mucho antes que pudiera ser consiente de mi existencia.

   Y mientras avanzaba, el día iba poco a poco mermando, el cielo adquiriendo una tonalidad más rojiza, todo iba impregnándose de una tonalidad violeta, era el preludio de la noche, como cada día, la noche estaba empezando a ocupar el lugar del día, y yo seguía caminando, la obscuridad iba poco a poco cubriendo todo de su espectral sombra, hasta que en un determinado momento, todo estaba cubierto en tinieblas, solo al mirar el cielo, podría ver las estrellas tenues pero parpadeantes que en la lejanía me acompañaban, la sombra de los árboles contrastaban con ese firmamento estrellado, pero parecería tal vez extraño, pero no sentí en ningún momento temor ni miedo, a pesar que estaba en medio del bosque, muy lejos aún de la ciudad, me sentía en paz, liberado de las superficialidades propias de mi propia humanidad, cerré los ojos y me concentré en acallar el ruido que apabullante retumbaba en mi interior, y decidí escuchar el lenguaje de la naturaleza, aquella sinfonía de seres comunicándose en la obscuridad, aquella suave brisa que hace rosar las hojas de los árboles produciendo aquella calma música cuyo sonido penetra por mi pecho y recorre mis extremidades hasta embriagarme de la tranquilidad que me era tan ajena, y aquel olor de compost que se elevaba del suelo hacia arriba, llenándome de un éxtasis y satisfacción hasta entonces desconocido para mí.
Estaba allí, sentado, en paz, en meditación, en sintonía con el mundo, abrigado con los árboles, sobre la montaña, con la cúpula estrellada del firmamento sobre mi cabeza

   Entonces, el silencio fue roto por un aleteo ruidoso que volaba sobre mi cabeza, era una sombra cuya silueta misteriosa contrastaba en el cielo esmaltado de estrellas. Y se posicionó sobre la rama de un árbol, y se quedó allí, inmóvil, quieta, observándome esa oscura silueta. Me atreví a sacar mi cámara, y fotografiar a aquello que se posó muy arriba de mi y que en total calma, me observaba. Disparé varias ráfagas de flash, y al ver las imágenes de mi cámara, descubrí que tenía frente a mí al misterioso Urcututu (búho) cuyo canto me enseñaron a temer de niño para irme pronto a dormir, no era más que una bella ave, incomprendida por reinar en una obscuridad a la que todos temían, con su canto inocente asociado a malos tiempos, y juntos allí, solos, mientras nos contemplábamos mutuamente, tal vez cada uno sorprendido de observar al otro, al fin, nos entendimos, cada uno sintió respeto por el otro,  y el temor fue reemplazado por admiración, y solo cuando aquel Búho hubo entendido que yo solo buscaba paz, alzó sus alas, y partió en la noche, se adentró en las tinieblas donde imperaba, dejándome nuevamente ahí, solitario regocijado con el silencio de la noche, yo por mientras, continué mi camino, guiándome con una precaria linterna, hasta llegar a la ciudad, regresé al caos que el ser humano ha creado para sentirse seguro, extirpado de la naturaleza de donde partió, a quien ve ahora como fuente de materia prima más que como su primigenio hogar, ignorando que  rememorar esa parte tan humana que dejamos atrás puede darle la dicha que ciegamente persigue, obstinadamente va tras el arcoiris.




sábado, 21 de marzo de 2020

VOLVER


   
    Extraño aquellas tardes frías y nubladas a orillas de aquel místico lago, las calles angostas rodeadas de antigüedad, las miradas cabizbajas y alegres, los cielos azules de día, estrellados de noche, la voz amiga que viene con el soplo del viento, danzando al son del folklor, extendiendo su mano y llevándome a lugares desconocidos, proyectar mis pensamientos a un plano espiritual donde el tiempo se detiene, el espacio se contrae hasta el infinito y cabe en el brillo de una mirada, anhelo los días en que la ansiedad es aplacada con sentarse frente a un atardecer, caminar por las orillas del lago, sentarse a leer por horas mientras todo transcurre caóticamente a mis espaldas, sentir ese egoísmo mezquino de no importarme más nada que volar en mis pensamientos, ignorando que un mundo se va erigiendo con cimientos de dolor y sufrimiento; anhelo y extraño el éxtasis de no pertenecer a un lugar y momento presente, imaginar sumergirme en una estela de sueños imposibles de alcanzar, pero posibles de fantasear.

   Mirar todo eso en retrospectiva, aquello que ya perdí y que no podré recuperar, solo hace que anhele más y más hacer algo por lograr volver sobre mis pasos, hacia aquel lejano lugar, donde sin saberlo, fui muy feliz, con tan poco, donde aprendí a amar mi soledad, donde fue la última vez que disfruté tanto de estar solo; y ahora que la soledad se ha convertido en mi peor fantasma, que día a día me atormenta, como una sombra espectral que al apagar la luz, se apodera de mis pensamientos y nubla hasta mis sueños, y opaca cualquier remanente de felicidad que ha quedado de mis últimas batallas, deseo volver a abrazar a mi soledad como una amiga, y no a temerle como mi peor demonio.

   Las fuerzas que me quedan han sido mermadas, y tal como se avizora el futuro, quedarán mermadas mucho más, al final espero sobrevivir a esto que se nos avecina, la sociedad ha entrado en una crisis a escala planetaria, solo espero estar al final de todo, entre los sobrevivientes, y en cuanto todo nuevamente se encamine positivamente, volver a aquel lugar donde fui tan feliz sin saberlo, y volver a disfrutar aquellas tardes frías y nubladas a orillas de aquel místico lago.

domingo, 15 de marzo de 2020

DESTRUCCIÓN



    Dejar el pasado atrás duele, aún más cuando ese pasado involucra a la persona a la que uno más amó, como nunca, como a nadie; y los espectros de su existencia están presentes en las cosas materiales que quedaron de una relación hermosa y dolorosa a la vez, la posesión de esos objetos lo complican todo, y el amor que le tuve alguna vez, hizo que yo decidiera aferrarme a la existencia de los recuerdos que me dejó.

    Tanto le he llegado a amar, que amarle me dolió tanto, lloré, sufrí, había vertido torrentes interminables de lágrimas pronunciando su nombre en largas noches que parecían nunca acabar, queriendo saber el porqué de su frialdad e indiferencia hacia mí, no entenderlo fue muy duro y lo pagué tan caro. Esa fue mi historia de amor, al menos en la última etapa la constante era la depresión y la ansiedad de salvar lo que llegué a amar más en el mundo, y al perder a esa persona, no me quedaba más nada que los recuerdos, los vestigios de que alguna vez fui amado por alguien.
Pues hubo, así mismo, momentos hermosos, inolvidables, tallados en mi memoria con el cincel de su ternura, si, demostró ternura también, su lado blando de su corazón, el lado hermoso de su personalidad, y la ternura de su sentimiento hacia mí.

    Me amó tanto, que me lo demostró de mil maneras, muchas de las cuales solamente quedaron vestigios en mi memoria, que son intocables, intangibles, fueron momentos solamente, inolvidables, hermosos, mágicos, aquellos momentos que ya no volverán y que tampoco de mi memoria se irán.
Pero también, una de las maneras en que me demostró su cariño, fue obsequiándome aquellos objetos materiales, cosas que llegué a conservar, y que bien pude haberme desecho de ellas en su momento pero no tuve el valor de hacerlo, es lo único tangible que me quedó para recordarle, es la prueba de que hubo un momento en que fui y me sentí amado por alguien, quien con cosas tan simples fue capaz de transformarme de alguien que se negaba a enamorarse, a alguien que terminó entregando todo, su corazón, sus secretos, sus sueños, sus anhelos, sus miedos, su pasado, sus temores y debilidades.

    Hay veces en que las cosas más sencillas se convierten en las más importantes.

    Y lo que me regaló, aquellas cosas que para mí llegaron a tener un valor incalculable, no tuve el valor ni fui  capaz de deshacerme de ellos ni siquiera en el momento más doloroso de nuestra separación, y los llevé a casa conmigo, desde tan lejos, hice un lugar en mis maletas para llevármelos conmigo, aquellas cosas que fueron entregadas a mi directamente de la mano de la persona que más amé en este mundo, no pude simplemente abandonarlo por ahí, esas reliquias invaluables, mágicas, el recuerdo de algo que viví, que fue real, que fue hermoso, pero que como todo en esta vida, acabó.
Me los llevé tan lejos, transportándolo con sumo cuidado, con delicadeza para no arruinarlos, los coloqué en un rincón especial de mi habitación, casi inaccesible con facilidad para evitar un escrutinio indeseado. Los embalé con sumo cuidado y cariño, el mayor tesoro que alguna más anhelé, que serían chucherías para cualquier otro mortal, pero para mí, lo único que me unía al ser que amaba entonces y que también me amó.

    Cartas, peluches, tarjetas, suvenir, cajas de chocolates, pañoletas, adornos, aquellas cosas que tenían un significado, cada uno representaba la esencia de momentos, a veces para conmemorar algo, a veces para una reconciliación, o a veces solamente un gesto de cariño solo por así, sin pedir nada a cambio.

    Cada uno de aquellos objetos que en persona se me fue obsequiado, representaba un beso de agradecimiento, una conversación profunda sobre nosotros, una dedicatoria y una historia, en mis momentos de soledad; en la lejanía pensaba en cada uno de esos presentes, y así mismo en la persona que me los obsequió, estaban ligados íntimamente en mi memoria, su recuerdo afloraba cuando pensaba en ellos, cuando regresaba a casa después de meses, abría aquella caja que contenía aquellos recuerdos y los observaba, nuevamente lágrimas sentía acariciar mi mejilla bajando de mis ojos, algunas veces pensaba en destruirlos, pero me detenía al solo mirarlos, con tan solo leer las palabras de sus tarjetas y dedicatorias escritos a puño y letra, todo ello, el significado de esos objetos, parecían infundían una energía en mí que me disuadía a que los destruyera, siempre les indulté de ese destino al momento de rememorar las circunstancias en que se me fue obsequiado cada uno de ellos, aparecían los flashback en mi mente mágicamente con tocar cada uno de ellos, y después de disfrutar el amargo dulce de la nostalgia, volvía a colocarlos en su escondite, a la espera de volver a ser contemplados en otro momento.

    Pasaron los meses, años, ya el sentimiento por la persona que me los había obsequiado había sido superado hacía mucho tiempo, andaba por la vida, en mis pensamientos ya dispersos en asuntos diversos, ya eventualmente iba dejando de pensar poco a poco en aquel humano que alguna vez me volvía loco, y que me tenía en vela a veces en noches de insomnio, atrapado en un bucle de tristeza depresión y angustia, y volvía a resurgir nuevamente el mismo yo, que ansiaba leer y escribir y tal vez soñar; cuando iba a casa, decía que ya no tenía sentimientos hacia la persona emisora de esos detalles, así que los decidí destruirlos, los saqué de su escondite, en perfecto estado los mantenía y estaban casi nuevos, y cuando los toqué, nuevamente los flashback y los momentos más emotivos que vivimos juntos, llegaba a sentir tanta nostalgia y cariño hacia aquellos objetos que desistía de mis intenciones inquisidoras.

    Mi vida seguía siendo arrastrada por las imparables corrientes del tiempo, los sucesos más desastrosos de mi vida iban erosionando mi estabilidad, esta vez ya no asociado a un romance, sino a cuestiones duras que la vida me puso delante, las cosas no me empezaron a salir muy bien, nuevamente sentía que algo, algún tipo de lastre existía en mi vida que no me permitía salir airoso de las situaciones que me tocaba enfrentar, llegué a recurrir a la introspección y a la meditación para ahondar en lo profundo de mi, sobre las posibles causas de ello, no iba a ser neciamente cobarde como para culpar a la suerte de lo que me pasaba, y ahondé en mis pensamientos, y en mi interior, básicamente descubrí, lastres emocionales que iba cargando sin darme cuenta, no era solamente buscar chivos expiatorios, sino el origen de todo.

    El daño que sufrí en las diversas etapas de mi vida, lo pude superar por que no existía nada físico ni material que me recuerde a ellas, excepto claro, aquellas cosas que aún guardaba, vestigios de un pasado tormentoso.

    Visioné que un aura negativo los rodeaba, al principio creía que solo era cariño para mantenerlos intactos, pero eran amuletos de mala suerte, influían en mis emociones para hacerme desistir de destruirlos, tenían como una especie de hechizo, cuando abría la caja que los contenía, me conmovía tanto mirarlos, que terminaba llorando de tristeza, un amor toxico hacia objetos inanimados, si debía barrer etapas de un pasado que fue difícil, ruin, y doloroso, debía tomar la decisión radical de acabar con todo lo que diera evidencia de que alguna vez también amé y fui amado, si la persona yace muerta en vida, no hay razón para mantener lo que me ata a su recuerdo, los objetos de aquella caja, eran lo último que me ataba a una etapa superada, era el ancla que no me dejaba seguir navegando, como objetos vudú, eran un lastre en mi vida, que debían ser destruidos al fin, vencer el escudo emocional que mantenían aún en mí.

    Con la determinación de no dejarme invadir por aquellos sentimientos nostálgicos que aquellos objetos despertaban en mí, los coloqué en una mochila, me sentí triste por lo que iba a hacer, pero mi voluntad era firme, iba a destruirlos al fin, iba a poner el punto final a la última página de una historia de amor que había culminado hacía mucho tiempo, y nada me iba a detener de hacerlo.
Nuestra historia comenzó un 29 de abril de un lejano 2016, y aquellos objetos habían sobrevivido demasiado tiempo, habían durado mucho más que nuestra relación, debía cerrar el capítulo, aun si este se mantuvo inconcluso por bastante tiempo por culpa de esos objetos, simbólicamente, debía demostrarme a mí mismo que ya los sentimientos habían sido superados hacia quien me hizo muy feliz e infeliz de la manera en que solo alguien que amó a la persona equivocada puede comprenderlo.

    Un 29 de diciembre del 2019, a las 7 de la mañana, con todos sus “detalles” en una mochila, fui al grifo más cercano a comprar gasolina.

    La noche anterior había perdido en circunstancias vergonzosas un celular nuevo que había comprado hacía poco, fue un suceso desafortunado, le atribuí esa mala suerte a una venganza anticipada de esos objetos, que no deseaban ser destruidos limpiamente sin antes causarme un sinsabor de boca que me impida disfrutar de su destrucción, quizás fue lo que decidió el momento de hacer lo que había postergado por tanto tiempo.

    Elegí como lugar, el mismo sitio donde poéticamente una vez, había capturado en una fotografía una escena de cómo el tiempo se encarga de destruir algo. Un bote siendo destruido lentamente por el río sobre el que ruidosamente surcaba sus aguas, claro que el bote, para entonces había sido devorado por el río y ya no quedaba nada de él. Era el lugar elegido para el holocausto. (Leer entrada)
Descendí las escaleras que me llevarían a ese lugar.

Crucé el túnel de árboles para llegar a orillas de ese río.



    Llegué a ese lugar, era silencioso todo, no había personas tampoco, los únicos ruidos las hacían las aguas siguiendo su largo camino, y el canto de las aves.


    Saqué los objetos, los coloqué unos encima de otros, por alguna razón, no sentí ningún tipo de tristeza que me embargara al tocarlos, ni se me ocurrió ni tuve ganas ni ánimos de leer por última vez las palabras de las cartas y tarjetas, ni siquiera un vistazo de despedida, fríamente los coloque en el suelo, saque la botella de gasolina, los rocié, y torpemente le prendí fuego sin tomar una distancia considerable, pues una columna de fuego ascendió tan alto y tan rápido, que me terminó quemando parte del cabello, felizmente solo fue eso, el olor a cabello quemado pronto lo sentí fuerte, y las cosas, aquellos objetos los vi quemarse, consumarse, devorados por el fuego purificador, no tuve ningún remordimiento verlos arder, sentí la satisfacción de un pirómano al ver como el fuego se nutría de aquellos objetos malditos, volví a echar gasolina, no iba a dejar que el fuego perdonara ninguna parte, no iba a descansar hasta verlos hechos cenizas, hasta que el fuego me libere de lo que tanto daño me había hecho.

    Volví a echar más gasolina, aun cuando todo ya estaba carbonizado, deseaba ver arder a las propias cenizas, no sea que alguna especie de ave fénix resurja de ellas.

    Al fuego sobrevivió una estatua de cerámica, y un medallón metálico, y como el fuego no bastaba para destruirlos, los arrojé al rio, como un tributo más a él.



    Luego de tan acto liberador, regresé a casa, por el mismo camino por donde vine, pero esta vez con una gran paz, y una sonrisa de satisfacción que cualquiera que me haya visto aquel día, no lo habría entendido. Al fin había puesto el ansiado punto final a esa historia. Al fin mi alma estaba libre para amar de nuevo.