jueves, 2 de julio de 2020

CAMINANDO BAJO UN CIELO BLANCO


Deambulaba absorto por las calles pavimentadas de negro ocroso, bajo un cielo blanco grisaseo, con montañas con ventanas a la vista, otrora Apus, hoy activos de bienes raíces, y así absorto sigo andando, mientras miradas angustiosas atraviesan mi caminar, siempre vigilantes, siempre temerosas, de caminar lento y desconfiado, voces calladas con miedo de hablar,  mientras va golpeando mi rostro la tenue brisa húmeda invernal, de rocío helado, frío al tacto, y los miro a todos  ellos, víctimas de un mal invisible que los ha reducido a ser fantasmas tangibles cruzando frente a mí, van de aquí a allá, ya nadie se detiene a conversar, casi hasta prohibido está saludar, sentarse o descansar...  

Las catedrales a puertas cerradas tienen su dogma enclaustrado, también a Dios está prohibido visitar, al menos sus suntuosos templos ataviados de presuntuosa arquitectura, todos ellos, antes refugio de angustiadas almas como la mía, ahora dejan en las calles a los desposeídos de espíritu a las garras y dientes del demonio de la pandemia que los acecha silencioso en las calles, un demonio que nos ataca por dentro sin que nadie pueda verlo, invisible al ojo humano que esparce la muerte en el aire, el miedo es su mayor arma, ha logrado dividirnos, este demonio es real eso sí, es un fantasma recorriendo las calles, no es esta vez una sombra ideológica que intoxica las mentes, esto es menos letal y a la vez algo que todos están empezando a entender y temer, es el terror de quienes no están preparados para ver a los ojos a la muerte, en especial los más débiles.

A paso firme cada quien recorre como si el mañana fuera hoy, en cada mirada se refleja la nostalgia y el dolor por un ayer imposible, recordando vagamente que "todo tiempo pasado fue mejor"... ¡Ingenuos!. 

Olvidan lo malo a lo que estos nuevos tiempos malos pusieron fin, y pronto, en el futuro lejano, lo que es llamado “malo” en esta época y tiempo, será olvidado en retrospectiva, porque es así el tiempo, relativo y misterioso, como son misteriosas las alegrías de los pocos que caminan alegremente en medio de los que temen el ataque de aquel fantasma que ha dividido sociedades y familias. Tiempos estos, en que todos ocultan su sonrisa o su tristeza y solo dejan a la vista la mirada, aprendemos a la mala, a mirar al prójimo a los ojos, cuando antes evitábamos hacerlo por resultarnos intimidante.

Camino y recorro calles, todo es tan aparente, una sociedad que no se detiene, tratando de sobrellevar su vida en el caos silencioso, mientras aquel fantasma ahoga y asfixia en vida a los desdichados, y aquellos que más deudas con el tiempo tienen son los más cotizados por ese demonio invisible que cierne sus garras implacables sobre los pechos de esta humanidad y lo azota como una venganza por daños pasados, destrozando silencioso a familias enteras... Nunca antes la metafórica cita de "está sociedad está enferma" fue tan real como ahora.

Y sigo aquí, de pie, frente a una iglesia, a las puertas clamando piedad, me detiene la indiferencia de una reja que me impide sentir la calma que un templo de Dios suele dar, cuando solo adentro sentía la presencia de Dios, cuando más lo necesito junto a muchos que sin detenerse aquí como yo, piensan como yo, resignados no tratan de orar desde fuera como yo, sino deben luchar contra si mismos, sin el cobijo de un templo dedicado al creador. Es más cruel tratar de hablar a Dios, sin sentir su presencia.

Rondando aún, por las calles tristes, mirar al cielo y ver el manto que cubre el celeste cielo de esta ciudad, “panza de burro” le dicen burlonamente, yo prefiero llamarlo “el abdomen de Moby Dick”, por su blancura asociada a los temores míticos y primitivos del ser humano, después de todo, en esta vida, cada uno  de nosotros somos como el trágico Ahab, obsesivos perseguidores de un sentido de la vida, en búsqueda de Dios, que somos derrotados por esa titánica búsqueda hasta exhalar el último aliento sin jamás alcanzarlo.

Ahora solo veo miradas, lo bueno de una pandemia, es que podemos mirarnos a los ojos, y ver cada uno, el alma interno, y descubrir el universo que llevamos dentro, reflejado en las miradas que vemos al caminar por estás ciudades.

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