Caminando, por las
calles deshabitadas de la ciudad, me llamó la atención un hecho curioso de un
niño que estaba en el parque que le decía a su mamá:
-
Mami, mami, mira el cielo la nube me está saludando
Me habían dicho,
repetido, adoctrinado, sugestionado, dogmatizado, de que el infierno estaba
abajo, donde las almas se consumían por siempre, el lugar para las personas
malas (y los niños que se portaban mal) un lugar destinado para los pecadores,
yo también llegué a convencerme de eso, total, es muy fácil meterle ideas
fantasiosas a los niños, y yo con la idea concebida de que el infierno estaba
allá abajo, me imaginaba que esos sonidos que escuchaba, eran de los demonios
atormentando a las desgraciadas almas malvadas, y eso me llenaba de temor y aumentaba
mi curiosidad, eso me hacía querer escuchar más.
Mientras lo hacía
recordaba la imagen de un cuadro antiguo que tenía mi abuelo, en ella se veía
la escena de las personas siendo arrojadas al infierno, caían de cabeza hacia
un foso y al final eran recibidos por seres tenebrosos con cuernos y cola, eran
los demonios, y el artista había plasmado el rostro de sufrimiento y congoja de
los condenados. Esa escena del cuadro, me había, creo sugestionado de pequeño,
para imaginarme que escuchaba los alaridos de las almas condenadas que eran
castigadas en el infierno.
Mi madre al verme así,
en posición tan extraña con una oreja pegada al suelo, me preguntaba qué es lo
que hacía. Yo la invitaba a que escuchara junto a mí.
- Mami, mami, ven escucha, ven escucha el suelo, hay algo allá abajo.
Por supuesto ella
nunca lo hizo, quizá porque no creía en su imaginación o porque no quería hacer
el ridículo, pero lo más seguro es que tenía la certeza que yo no podía estar
escuchando algo real, total, el sentido común de los adultos dice que bajo la
superficie solo hay roca pero lo que yo escuchaba parecían ser voces, aullidos,
gemidos y lamentos... No miento, recuerdo que yo estaba convencido, quizás mi
imaginación entonces era tan grande, que mi inquieta mente hacía real los
sonidos, solo sonidos que generaba mi imaginaria mente ante la sugestión de mis
propios pensamientos, pero no miento que eso escuchaba.
¿Qué tanta razón
tenía yo?, hace mucho tiempo tuve una epifanía, en plena observación, soledad,
y encuentro conmigo mismo, sobre las estepas andinas observando el desarrollo
de una tormenta, me pregunté si tal vez la naturaleza a través de eventos
extraordinarios, trata de decirnos algo, si es que trata de comunicarse con
nosotros, pero nosotros no sabemos cómo descifrar el mensaje que nos da, en que
tal vez la naturaleza y el universo, a través de sucesos fuera de la
comprensión racional, trata de enviarnos algún mensaje, que la naturaleza constantemente
nos está hablando, pero el género humano ya no escucha. Viendo el estudio que
los hombres de la antigüedad le han dado a los elementos de la naturaleza, me
doy cuenta que otros hombres antes que yo han tenido la misma revelación. Los
astrólogos se dedicaban a descifrar el misterio de los astros celestes, los
adivinos griegos, a interpretar augurios propios de la naturaleza, los andinos
buscaban respuestas en las hojas de coca, los babilonios en las vísceras y entrañas
de animales, otros trataban de buscar respuestas mirando el firmamento,
esperando la respuesta de alguien divino.
Visto esto, se
vislumbra que hay un patrón, de que los hombres antiguos buscaban respuestas en
elementos de la naturaleza, porque tal vez sabían o descubrieron algo que yo de
niño conocí, y que hace poco deduje.
¿Acaso de niño estaba
escuchando la voz del planeta tierra?, ¿me estaba diciendo algo?, si es algo
que me decía no recuerdo lo que era, pero así como un niño en su inocencia no
sabe mentir, yo recuerdo que estaba convencido de ello, recuerdo el sentimiento
de frustración al no obtener el reconocimiento de parte de la gente adulta, a
la que yo creía incapaces de equivocarse.
Quien sabe, pero
según me cuenta mi madre al respecto, el día en que hubo el terremoto del 91,
yo estaba muy inquieto ese día escuchando el suelo, me cuentan que estaba
pegado al suelo más que de costumbre, me cuenta que afanosamente le decía:
¡Mami
mami, ven escucha el piso, escucha como suena!
Por supuesto que no
recuerdo qué es exactamente lo que estaba escuchando, y por supuesto que nadie
me acompañó a escuchar el suelo, pero esa tarde aconteció aquel terremoto que
dejo en ruinas toda la ciudad, aquel terremoto del año 1991, del que tengo
recuerdos vagos, del suelo temblando, de personas desesperadas, de muros y
casas derrumbándose, perros aullando, gritos desesperados, los árboles
bailando, el estruendo de tejas golpeando el suelo, gritos en la lejanía…
Posteriormente, todo había quedado en ruinas, fue un terremoto muy devastador
para la época.
Desde entonces nunca
más volví a pegar los oídos al suelo e intentar escuchar como sonaba allá abajo,
tal vez sugestionado por esas personas adultas, diciéndome una y otra vez lo ridículo
que era, tal vez por las penalidades que nos tocó vivir los días posteriores al
gran terremoto, es que dejé de hacer aquello, igual no era gran cosa decían, con
el tiempo lo olvidé o hicieron que lo olvidara, a veces pienso que llegué a
perder esa conexión con el universo, cuando comencé a crecer y a aprender lo
que a todo niño le enseñan en las escuelas, dejé de usar mi imaginación para
dar paso al sentido común.
Perdí ese código que
me permitía entender el universo, y que de niño escuchaba, y que ahora se ve
muy improbable que lo vuelva a tener. Me volví uno más de todos aquellos que no
entienden lo que les rodea.
Quién sabe si era
solo cosa de niños, o dejé que muriera en mí, aquella parte mía que me permitía
conectarme con la obra del creador.
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