sábado, 18 de julio de 2020

ESCUCHANDO EL INFIERNO




Caminando, por las calles deshabitadas de la ciudad, me llamó la atención un hecho curioso de un niño que estaba en el parque que le decía a su mamá:

-  Mami, mami, mira el cielo la nube me está saludando

 De pequeño me gustaba pegar mis oídos al suelo y escuchar cosas extrañas, recuerdo que trataba de interpretar los leves y misteriosos sonidos que desde el fondo de la tierra creía provenían. Soy sincero al admitir que estaba seguro que escuchaba sonidos extraños, ahora tal vez podría indagar que podrían haberse tratado de vibraciones de pisadas de las personas que estaban a mucha distancia, después de todo, las serpientes si bien son sordas, son capaces de percibir las vibraciones del suelo a través de la superficie de su cuerpo que tiene contacto con el suelo y es transmitida mediante los huesos de las mandíbulas, de manera que pueden saber si alguien se acerca, sintiendo las pisadas de animales o personas.
  
Me habían dicho, repetido, adoctrinado, sugestionado, dogmatizado, de que el infierno estaba abajo, donde las almas se consumían por siempre, el lugar para las personas malas (y los niños que se portaban mal) un lugar destinado para los pecadores, yo también llegué a convencerme de eso, total, es muy fácil meterle ideas fantasiosas a los niños, y yo con la idea concebida de que el infierno estaba allá abajo, me imaginaba que esos sonidos que escuchaba, eran de los demonios atormentando a las desgraciadas almas malvadas, y eso me llenaba de temor y aumentaba mi curiosidad, eso me hacía querer escuchar más.

Mientras lo hacía recordaba la imagen de un cuadro antiguo que tenía mi abuelo, en ella se veía la escena de las personas siendo arrojadas al infierno, caían de cabeza hacia un foso y al final eran recibidos por seres tenebrosos con cuernos y cola, eran los demonios, y el artista había plasmado el rostro de sufrimiento y congoja de los condenados. Esa escena del cuadro, me había, creo sugestionado de pequeño, para imaginarme que escuchaba los alaridos de las almas condenadas que eran castigadas en el infierno.

Mi madre al verme así, en posición tan extraña con una oreja pegada al suelo, me preguntaba qué es lo que hacía. Yo la invitaba a que escuchara junto a mí.

 - Mami, mami, ven escucha, ven escucha el suelo, hay algo allá abajo.
Por supuesto ella nunca lo hizo, quizá porque no creía en su imaginación o porque no quería hacer el ridículo, pero lo más seguro es que tenía la certeza que yo no podía estar escuchando algo real, total, el sentido común de los adultos dice que bajo la superficie solo hay roca pero lo que yo escuchaba parecían ser voces, aullidos, gemidos y lamentos... No miento, recuerdo que yo estaba convencido, quizás mi imaginación entonces era tan grande, que mi inquieta mente hacía real los sonidos, solo sonidos que generaba mi imaginaria mente ante la sugestión de mis propios pensamientos, pero no miento que eso escuchaba.

¿Qué tanta razón tenía yo?, hace mucho tiempo tuve una epifanía, en plena observación, soledad, y encuentro conmigo mismo, sobre las estepas andinas observando el desarrollo de una tormenta, me pregunté si tal vez la naturaleza a través de eventos extraordinarios, trata de decirnos algo, si es que trata de comunicarse con nosotros, pero nosotros no sabemos cómo descifrar el mensaje que nos da, en que tal vez la naturaleza y el universo, a través de sucesos fuera de la comprensión racional, trata de enviarnos algún mensaje, que la naturaleza constantemente nos está hablando, pero el género humano ya no escucha. Viendo el estudio que los hombres de la antigüedad le han dado a los elementos de la naturaleza, me doy cuenta que otros hombres antes que yo han tenido la misma revelación. Los astrólogos se dedicaban a descifrar el misterio de los astros celestes, los adivinos griegos, a interpretar augurios propios de la naturaleza, los andinos buscaban respuestas en las hojas de coca, los babilonios en las vísceras y entrañas de animales, otros trataban de buscar respuestas mirando el firmamento, esperando la respuesta de alguien divino.

Visto esto, se vislumbra que hay un patrón, de que los hombres antiguos buscaban respuestas en elementos de la naturaleza, porque tal vez sabían o descubrieron algo que yo de niño conocí, y que hace poco deduje.

¿Acaso de niño estaba escuchando la voz del planeta tierra?, ¿me estaba diciendo algo?, si es algo que me decía no recuerdo lo que era, pero así como un niño en su inocencia no sabe mentir, yo recuerdo que estaba convencido de ello, recuerdo el sentimiento de frustración al no obtener el reconocimiento de parte de la gente adulta, a la que yo creía incapaces de equivocarse.

Quien sabe, pero según me cuenta mi madre al respecto, el día en que hubo el terremoto del 91, yo estaba muy inquieto ese día escuchando el suelo, me cuentan que estaba pegado al suelo más que de costumbre, me cuenta que afanosamente le decía: 

¡Mami mami, ven escucha el piso, escucha como suena!

Por supuesto que no recuerdo qué es exactamente lo que estaba escuchando, y por supuesto que nadie me acompañó a escuchar el suelo, pero esa tarde aconteció aquel terremoto que dejo en ruinas toda la ciudad, aquel terremoto del año 1991, del que tengo recuerdos vagos, del suelo temblando, de personas desesperadas, de muros y casas derrumbándose, perros aullando, gritos desesperados, los árboles bailando, el estruendo de tejas golpeando el suelo, gritos en la lejanía… Posteriormente, todo había quedado en ruinas, fue un terremoto muy devastador para la época.

Desde entonces nunca más volví a pegar los oídos al suelo e intentar escuchar como sonaba allá abajo, tal vez sugestionado por esas personas adultas, diciéndome una y otra vez lo ridículo que era, tal vez por las penalidades que nos tocó vivir los días posteriores al gran terremoto, es que dejé de hacer aquello, igual no era gran cosa decían, con el tiempo lo olvidé o hicieron que lo olvidara, a veces pienso que llegué a perder esa conexión con el universo, cuando comencé a crecer y a aprender lo que a todo niño le enseñan en las escuelas, dejé de usar mi imaginación para dar paso al sentido común.

Perdí ese código que me permitía entender el universo, y que de niño escuchaba, y que ahora se ve muy improbable que lo vuelva a tener. Me volví uno más de todos aquellos que no entienden lo que les rodea.

Quién sabe si era solo cosa de niños, o dejé que muriera en mí, aquella parte mía que me permitía conectarme con la obra del creador.

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