Hay
momentos en que mi cabeza está a punto de reventar literalmente, momentos así
harían odiar al mundo, pero no puedo odiar al mundo solo por pequeñas sandeces.
Momentos como estos solo hacen que quiera a algo… Oh dulce placer, cómo extraño
esas bellas tardes de drogadicción con mis amigos de siempre, esos locos hijos
de puta que tan chévere y alucinante compañía me hacían, ohh malditos perros, putamare
los extraño como mierda malditos cabrones estén donde estén mis estimados
Panzón, Pelacho, Nro1 y Nro 2.
Extraño esos
tiempos, extraño esos días, extraño esas tardes.
Cuando el
día se tornaba aburrido, yo sabía tomaría otro rumbo cuando los escuchaba desde
fuera de mi casa gritar mi nombre clave “GUEO!!!” cuando estaban misios, o
llamarme al fijo cuando no lo estaban, pero nunca, nunca se atrevían a llamar a
la puerta de mi casa, porque temían a mi madre. Ella los consideraba mala
influencia para mí, cuando en realidad fui yo la mala influencia para ellos.
Entonces
yo salía a la calle y ellos solo con la mirada me indicaban que los siguiera.
Esas
tardes las recuerdo como mágicas, y nostálgicas, con el sol, el calor, el
viento que movía las hojas de los árboles, el polvo que se respiraba por esa
calle sin pavimentar, las radios a todo volumen sonando de los vecinos, unos
escuchando noticias, otros escuchando reggaetón, y uno que otro de buen gusto,
escuchando buen rock, aunque ahora que lo pienso ninguno escuchaba a Led
Zeppelin…. En fin.
La ciudad
era grande, y aunque había cientos de sitios a donde ir, preferíamos ir a
nuestro rincón que ahora ya no existe porque fue demolido y sobre el que fue
levantado una construcción, pero entonces era una vereda oculta bajo la espesa
vegetación de Ficus, un lugar casi no transitado ni en las tarde ni en las
noches, decía la gente que era peligroso ir por ahí, que era rincón de
“Fumones”, y precisamente ese era nuestro rincón, éramos unos fumones, pero no “LOS
FUMONES” a los que se referían la gente, esos eran la verdadera lacra de la
sociedad, drogadictos, maleantes, delincuentes y violadores, mientras nosotros
precisamente aún no habíamos caído tan bajo porque estudiábamos y trabajábamos
y no necesitábamos violar a nadie para conseguir sexo.
Íbamos
ahí, y nosotros pobres ingenuos, prendíamos un cigarro previo a lo
verdaderamente bueno, para según nosotros disimular el olor de la “maría”,
aunque hasta ahora nunca supimos si era efectivo.
Y
entonces abríamos con la delicadeza de cirujano el paquetito que contenía la
mercancía; una leve brisa bastaba para elevar el peculiar olor a nuestro
desarrollado sentido olfativo, y vaya que con simple el olor podíamos predecir
que tan buen viaje íbamos a tener; armábamos el material bélico en nuestro
inseparable PIPO, y con el fuego de vida se encendía la diversión, comenzaba
nuestro ritual de pichanguear: primero tú, luego el, después yo, luego tú,
luego el, y nuevamente yo, hasta acabarlo… una vez terminado, nos levantábamos
y comenzábamos a caminar por la calle, estoneados, idiotizados, alucinados,
endurecidos, marihuanados, durasos, dopadasos, anonadados, voladasos,
astronautizados, locasos, drogadasos, pero inofensivos… y entonces así
comenzaba nuestra típica tarde de drogadicción; y recorríamos la calle, como el
escuadrón vaquero que nos alucinábamos con nuestra cara de zombies perdidos, y
al caminar veíamos al mundo de una perspectiva graciosa, nuestros sentidos
agudizados veían a cada persona idealizada, a unos, payasos, a otros
vejestorios arrugados por la experiencia, a las niñas un futuro manjar a ser
comidos, a los estudiantes unos futuros profesionales o futuros delincuentes
violadores drogadictos asesinos, padres infieles golpeadores de sus mujeres,
estafadores, o posiblemente al futuro presidente, alcalde congresista que para
el caso era lo mismo, y a otros tal vez un gran científico o hasta a ese, el
futuro ganador del premio nobel.
Y el
mundo alrededor nuestro sintonizaba en una frecuencia de armonía, música cada
ruido, pasión cada sentimiento, poesía cada comentario.
No
podíamos comprender por qué las personas se hacían tanto problema por la vida, porqué
nadie simplemente no vivía feliz con lo que tenía, y caminábamos por unas
calles coloridas, unas calles graciosas y de formas divertidas, de vez en
cuando algo nos llamaba la atención.
– Mira que gracioso pajarito ese, ¿se
cansó de volar?, nos está mirando, eh creo que nos va a delatar hay que
derribarlo…. se dio cuenta y se fué….
–– Eh, miren cómo esta mosca se
frota las manos mientras nos mira, algo trama, me parece sospechoso, hay que
interrogarlo, pero cuidado que se nos está escapando, maldición se nos ha ido…
–– Oigan ese perro nos está mirando, ¿será que sabe
nuestro secreto?, ¿el pajarito le habrá contado?, o la mosca traidora seguro nos
ha delatado… maldición el perro nos está mostrando los colmillos, será mejor
tomar otro camino antes que hable con un humano….”.
Pero lo
más común era echarse en algún pasto simplemente a ver el cielo y a descifrar
qué mensaje oculto hay en el cielo.
Creíamos
que en las abstractas formas de las nubes, Dios había encriptado un mensaje,
¿el conocimiento supremo tal vez, el sentido de la vida, el elixir de la
juventud? O tal vez esas formas extrañas de las nubes en el cielo, eran el
alfabeto de Dios con el que escribía en el cielo las verdades absolutas, y que aún
nadie descifraba, y esperaba que alguien como nosotros, inspirados por una
planta de marihuana (que por cierto Él creó), las descifrara. Pero mientras
estábamos fumados, de algo estábamos seguros, de que debíamos mirar las nubes y
descifrar el misterio que encerraba el cielo. Era la palabra de Dios, así que ¡¡¡Vamos,
hay que descifrarlo!!!
Qué tardes aquellas... Pero miro mi escritorio y me
doy cuenta que tengo trabajo que hacer… Ni hablar, de vuelta a la vieja andanza,
de regreso a la normalidad, pero antes de eso, me dio por escribir esto, y aquí
estoy y aquí termino…. Luego iré a fumarme un cigarrillo para evocar mis
nostálgicas tardes de drogadicción de antaño mirando al esmaltado cielo con innumerables
chispas, todas de fuego y resplandecientes, con cuya contemplación me bañaré de
sueños.