El tráfico es agobiante, puede acallar los
pensamientos que uno puede tener, desdibujar una sonrisa difícilmente esbozada,
derruir el buen humor casualmente adquirido, pero no tiene sentido odiarlo,
pues no va a desaparecer por mucho maldecirlo, más si, sería un gran aliado si
aprendemos a amarlo, a quererlo, a aceptarlo como parte de nuestra realidad, a
sacarle provecho como cuando uno viaja en una carretera y sobre nosotros nos
acompaña la luna silenciosa, o un esmaltado cielo de lejanas estrellas que nos
bañan de sueños, y nos llenan de paz.
Me recuerda a una anécdota muy hermosa, que
involucra a un Cosmonauta Soviético.
Uno de los primero hombres en ir al espacio fue un
cosmonauta soviético, si, los soviéticos fueron los primeros en ir al espacio.
Y sube en una enorme nave espacial, pero la única
parte habitable es muy pequeña, y el cosmonauta esta ahí, y tiene una
ventanilla y mira al exterior y mira la curvatura de la tierra por primera vez,
el primer hombre en haber mirado el planeta de donde viene, y se deja dominar
por el momento.
Y entonces un extraño sonido empieza a salir por el
tablero, desarma todo el panel de control, saca todas las herramientas, quiere
ubicar el sonido, parar el sonido, pero no lo ubica, no lo para, no para el
sonido, varias horas y sigue, empieza a ser una tortura, pasan los días con el
sonido, y sabe que ese pequeño sonido lo vencerá, se volverá loco, ¿y qué rayos
hará?, está flotando en el espacio solo en una pequeña lata, le faltan 25 días
de misión con ese sonido, y el cosmonauta decide que la única forma de mantener
la cordura es que se enamore del sonido, y cierra los ojos, y entra en su
imaginación, y cuando los vuelve a abrir, ya no oye el sonido repetitivo,
escucha música, y se pasa el resto de su misión navegando por el espacio en
completa paz y éxtasis.
El amor al caos, es la mejor forma de aceptación de
esta realidad.