Caminando
solitario por la orilla del río, en un día de nostálgica tarde, me adentré por
senderos poco recorridos, y avanzando por la orilla derecha del río iba siguiendo
su cauce, siguiendo la corriente, respiraba el mágico viento de una tarde
soleada, escuchando el canto de aves e insectos que manifestaban de su existir
al creador, y al divisar a la orilla opuesta, caminando a un joven veo por
allí, en medio del bosque, por la orilla igual que yo, sin rumbo, pero serio,
meditabundo, con una mirada fija en alguna cosa imaginaria en el inmenso cielo
y camina, sereno, pensativo, le sigo con la mirada ocultándome entre los
arbustos, y le veo llegar a una playa de arena en una curva del río, ¿cómo
demonios llegó ahí?.
Ya en esa playa
de arena ribereña, le veo caminar en círculo, va y viene dentro del área de
aquella playa, y a pesar que nos separa el ancho río, puedo ver algo enigmático
a ese joven, y a la vez un magnetismo extraño hace que sea inevitable quitarle
la mirada a la distancia, y de lejos lo comienzo a observar, me oculto entre la
maleza, y él, concentrado en no sé qué pensamientos de ir y venir, seguramente
no notara mi presencia.
Y lo observo, a
pesar de la distancia que nos separa, noto que es joven, delgado, aparenta por
lo menos 24 años, tez blanca, tiene abundante cabello, con un flequillo
tapándole la frente, el cabello le cubre las orejas, muy atractivo de rostro,
viste un polo blanco, un jean azul desgastado, está descalzo, tal vez para
poder sentir la playa bajo sus pies. En un rincón de la playa logro ver un
bulto que resalta de la gris arena, diría que es su mochila, y sus zapatillas
que se sacó para sentirse cómodo en esa playa.
Ahora que
observo con más detenimiento, esa playa donde él se halla, me resulta muy
familiar, a mi mente arriban recuerdos que hallo inexplicables, de algo haberlo
vivido, pero recuerdos que son alegres momentos, los más de mi infancia y muy
memorables, pero que al evocarlos al presente, trae consigo la nostalgia de ver
idos esos felices momentos.
Y una lágrima desciende
por mi mejilla derecha. Y continúo observando al jovenzuelo de la orilla
opuesta.
Sigue allí en su
ir y venir, caminando en grandes círculos sobre la arena, absorto, sumido en lo
que parece un trance, su semblante muestra gran preocupación, luego se detiene,
está quieto, mira al suelo a un punto fijo, comienza a dibujar algo al aire con
el dedo índice mientras murmura, diría que hablando en voz baja, como para sí
mismo.
Luego, como si
en un sueño habría estado, despierta, toma conciencia de dónde está y camina
buscando algo en la playa, fija su mirada en algo que está en el suelo, lo
levanta, era una roca, lo coge y con fuerza lo lanza al río, veo la roca
atravesar en su trayectoria parabólica el espacio, luego de su máximo ascenso,
se precipita, cae al río, y chapotea en el agua, observo los anillos de la onda
expansiva crecer y desparecer en la corriente del río.
Aquel chapoteo
en el agua, trae a mi mente el recuerdo del efecto que produce algo que cae al
agua, el mismo que hacen los peces cuando atrapan algo que sobre la superficie va
flotando, y recuerdo los días en que hacíamos salidas de pesca con mis amigos
en la canoa de mi tío, a relajarnos, como un juego en tardes de aventura,
íbamos luego de planearlo durante la semana.
Número 01 y
número 02: Her y Julio, si, aquel dúo con el que crecí, y juntos planificábamos
nuestras excursiones, aventurescas salidas de pesca con más o menos 3 días o una
semana de planificación anticipada, íbamos planeando los detalles: qué llevar,
y qué hora salir para llegar a en el mejor momento, y sobre el mejor lugar a
donde iremos.
Comprábamos
cigarrillos (infaltable), una cajetilla de 20 unidades, algo de comer, hilo de
pescar, y tripas de pollo para nuestra carnada.
Luego
simplemente llegábamos, nos reportábamos a mi tío, nos prestaba la canoa e
íbamos a explorar el rio, sea aguas arribas o aguas abajo, buscando el lugar
más tranquilo y el más apartado posible para pescar, en este lado del río o en
la otra orilla.
Aunque no
importaba si atrapábamos o no algún pez, la pasábamos genial, recuerdo que yo
nunca pude pescar ninguno en aquellas salidas, y mis dos amigos no pescaban más
que uno pequeño, y solo uno de ellos a la vez, que no eran por cierto grandes
ejemplares como el de uno experto en la pesca. Pero una victoria, un trofeo al
fin, quizás una victoria pírrica, no importaba los peces atrapados, importaba
los momentos que quedaron en nuestro recuerdo, estampados hasta la posteridad
de nuestros días.
Creo que nuestro
fracaso en la pesca era, porque pasábamos la mayor parte del tiempo conversando
sobre trivialidades de adolescentes, y ya viendo que el tiempo pasaba sin
pescar ni un solo pez, solíamos decir: “Ya, silencio para poder pescar”.
Aquellos
silencios eran efímeros, su brevedad era plausible, de escasos minutos su
durabilidad, luego surgía una idea, un evento, algún suceso que hiciera
romperlo, y la conversación reanudaba, y aunque en voz baja, no dejábamos de comentar
sobre nuestras ideas y aquel o aquello.
Pero estando en
la canoa, además, no dejábamos tampoco de fumar los cigarrillos que llevábamos,
la paciencia no era virtud de ninguno, y el aburrimiento se hacía presente al
no pescar nada a medida que la tarde transcurría, y llenos de impaciencia
movíamos el anzuelo muy frecuentemente, no faltaba momentos en que los peces
eran más inteligentes que nosotros porque se comían la carnada, sin llegar a
morder el anzuelo, y cuando lo sacábamos del río para verificar que todo siguiera
bien, veíamos el metálico anzuelo, sin la carnada inicial, ni pez que lo haya
mordido. Rayos, que pésimos pescadores éramos.
Aún para coronar
nuestras aventura, a veces no faltaba que de al menos a uno de nosotros, el
anzuelo se le quedara enredado entre las palizadas del fondo del río, si había
suerte lo lográbamos sacar, sino había manera, recurríamos a cortar el hilo,
resignándonos a perder el anzuelo, y debiendo conformarse el desdichado, a contemplar
a los otros dos en su intento de seguir pescando, sea echándose en lo orilla
fuera de la canoa, fumando un cigarrillo, observando el río correr, a las nubes
crear formas abstractas sobre el celeste firmamento, o la copa de los árboles, escuchando
el cantar de aves e insectos, todo matizado por las refrescantes brisas de la
tarde sobre el río Mayo… Sí, eran momentos felices.
Regreso en sí,
de mis recuerdos a la realidad, y sigo observando a ese chico, lo veo pensativo
otra vez, inmerso en sus dubitaciones como si hubiera retornado nuevamente de
sus cuestiones filosóficas, o lo que en ese momento le preocupaba solucionar.
Parecía que nuevamente él volvía a entrar en sí, como si hubiera estado
sumergido en un sueño y abruptamente al despertar, tomara conciencia del lugar
donde se hallaba.
Ahora, esta vez parecía
inquieto como si deseara descargar emociones fuertes que le presionan el pecho,
y con el pie derecho, pateó la polvorienta arena seca de la playa, la cual con
el viento, se elevó y creo una pequeña cortina de polvo que con el viento fue
llevado como una blanca neblina que se iba desvaneciendo poco a poco cada vez
mientras más lejos iba.
Y le vi acercarse
a sus pertenencias, buscar algo, estaba de espaldas hacia mí, le vi rebuscar en
su mochila, al parecer debido a no encontrar lo que buscaba, empezó a sacar
cosas que guardaba dentro: una gorra, una libreta marrón, un balador, algunas
bebidas, y luego, pareciendo haber encontrado lo que buscaba, volvió a guardarlas
todas en su mochila. Con ese “algo” en la mano, se puso de pie, y nuevamente
caminó hacia el río, ese “algo” al parecer, no era más que un cigarrillo, y le
vi pasar la longitud del mismo por la nariz, aspirando su aroma mientras
cerraba los ojos, parecía que le agradaba sentir el olor de aquel cigarrillo, y
luego de haber disfrutado de aquel evidente agradable aroma, se lo llevó a los
labios. Y me pude percatar además de que aquel chico, era poseedor de unos
gruesos labios carnosos.
…Ver el
cigarrillo hizo arribar a mi mente aquellos recuerdos en cómo iniciamos
nuestros vicios, nosotros tres…
Desde niños
teníamos curiosidad por fumar cigarrillos, la curiosidad nació desde que veíamos
a casi todos los adultos a nuestro alrededor hacerlo.
La curiosidad de
un niño es infinita, no conoce límites.
Recuerdo que
cuando era niño, tenía tanto interés de probar los cigarrillos al ver que en
todas las fiestas, todos, o casi la mayoría de adultos lo hacían. En realidad
de niño, siempre tuve dos curiosidades respecto a lo que solía observar como un
ritual común en las fiestas sociales: Beber alcohol, y fumar cigarrillos.
Mi curiosidad
por el alcohol fue fácilmente aplacada, yo siempre, en toda fiesta social a la
que acompañaba a mi madre, le manifesté a todo aquel adulto al que veía beber
alcohol (cerveza), que quería probar aquello que los adultos bebían, y que a
los niños les era negado, algunos quizás sorprendidos por la insolencia de un
niño que quería tomar a tan corta edad el alcohol, me negaban hacerme beber un
sorbo de su vaso, y otros, pocos pero alguno, compadeciéndose de un niño
curioso, o quizás alguno siendo consiente que para un niño el sabor de la
cerveza le resultaría tan desagradable que perdería ya, las ganas de tomarlo,
lo hacía. Así, pues, al probarlo y sentir lo amargo que era, mi curiosidad por
el alcohol fue anulado por aquella experiencia. No tenía un sabor dulce como el
chocolate caliente, o un refresco o una bebida inofensiva de las que había
tomado ya, y cuyo sabor era agradable al paladar.
Pero en el caso
de cigarro, esta vez ninguno de ellos, ni siquiera quienes me habían hecho
tomar la cerveza de su vaso, me permitían siquiera que probara la nicotina, ni
siquiera una jalada del humo que todos exhalaban de los pulmones.
Pero el que
todos se negaran a permitirme fumar el cigarrillo, hizo que mi mente buscara
maneras de saciar mi curiosidad, sea como fuere, mi ingenio era entonces muy
superior a lo que lo es ahora, una lástima, y comencé a observar el entorno, y
pude notar un detalle que podría permitirme fumar de un cigarrillo, pese a la
negativa de aquellos adultos de doble moral.
Recuerdo haber
observado que cuando alguien estaba a punto de consumir el tabaco de su
cigarrillo, lo botaba al piso aún prendido, algunos, al arrojarlo, con el pie
lo aplastaban hasta apagarlo, y otros solamente lo botaban al piso aun prendido
y con un poco de tabaco que se podía aún fumar. Entonces, un día estuve atento
a que alguien arrojara su cigarrillo encendido para ir tras él, recogerlo, y al
fin saciar mi curiosidad.
Y tal cual lo
previsto, alguien lo hizo, y yo, inmediatamente, temiendo que se apagara antes
de llegar a él, corrí y lo encontré en medio de las hojas secas que aún estaba
encendido, yo lo junté y jubiloso de al fin podría sentir lo que todos sienten
cuando fuman un cigarrillo, me emocioné, ¿qué placer podría haber en inhalar el
humo de aquella cosa?, ¿por qué todos parecían disfrutar de aquello? y aún lo
estaba dirigiendo hacia mis labios cuando de pronto sentí sorpresivamente que
una mano me detenía sosteniéndome el brazo donde tenía el cigarrillo, y con la
otra mano, me lo quitaba y lo arrojaba muy lejos. Yo, sorprendido, miré
alrededor mío, veía que todos me estaban observando, diría que todos estaban
admirados de la osadía e insolencia de un niño que quería fumar a tan corta
edad. Y fue quizás tratando de evadir aquellas miradas inquisidoras cuando
decidí mirar hacia quién era quien me sostenía y frustró mi intento de fumar a
tan cerca de haberlo logrado, al levantar la mirada, era mi madre. No recuerdo
si fui regañado, o me aplaudieron por mi curiosidad, lo cierto es que mi madre
debió haber dicho algo a todos ellos, para que a partir de aquel momento todos
se aseguraran de apagar su cigarrillo antes de arrojarlo. Mi plan de experimentar lo que era fumar,
quedó frustrado en ese entonces.
No fue hasta crecer
un poco más, con cerca de ocho o los once años, que con mi primo intentábamos crear
nuestros propios cigarrillos con las hojas secas de las plantas de Tabaco que por
ese entonces crecían en el jardín de mi casa. Ya que no podíamos comprar
cigarrillos industriales, nosotros elaborábamos el nuestro, teniendo ya el
tabaco seco a nuestro alcance, solo quedaba enroscarlo en forma de cigarrillo,
así que con una hoja arrancada de nuestro cuaderno de escuela envolvíamos el
tabaco en él. Hacíamos el intento de succionar el humo de aquellos cigarrillos
artesanales, el humo del papel de cuaderno quemado y el tabaco seco era muy
desagradable, nos dejaba un muy amargo sabor en la boca, y era debido a, según
asumimos, que aquel cigarro hecho por nosotros, no era igual al que se vendían
en las tiendas. No es de sorprender que muchas veces fuimos sorprendidos por
algún adulto y esta vez sí fuimos castigados por aquella osadía, y nos prohibieron
el volver a hacerlo.
Edgar, un primo
ya mucho mayor que nosotros, que sospechábamos que ya había empezado a explorar
muchos más placeres de la vida que para nosotros a tan corta edad eran
impensables, fue quien tuvo un papel protagónico en que nosotros tres
aprendiéramos a fumar. Él tenía cigarrillos, el siendo ya mayor, los conseguía
con mucha facilidad y fue con quien íbamos a que nos enseñara a como fumar, a
como “golpear”. Solíamos visitarlo a su casa, él nos hablaba de música y
escuchábamos de sus aventuras, sus proezas sexuales que nos dejaba absortos y
que eran quizás, ahora analizándolo en retrospectiva, posiblemente exageraba
demasiado para ganarse la atención de unos ingenuos niños. Nosotros pues,
íbamos a la terraza de su casa y estando al aire libre y en horas de la noche,
quedábamos bajo el firmamento esmaltado de estrellas, y así, mi primo, Julio, y yo, nos sentábamos en
media luna frente a Edgar quien, demostrativamente y explicando, iba paso a
paso mostrándonos el bohemio y ancestral arte de fumar cigarrillos, esta vez,
eran cigarrillos de verdad, y él tenía bastantes, como para que cada uno
aprendiera con el suyo propio. Luego de haberlo observado, y escuchado sus
instrucciones atentamente, tocaba a nosotros el intentarlo.
El primero en
hacerlo fue Julio, tomo un cigarrillo, lo llevó a sus labios, lo encendió
mientras yo y mi primo, lo observábamos nervioso, lo prendió sin dificultad.
Muy bien – Le dijo Edgar – Ahora es el momento de Golpear con los pulmones.
Vimos a Julio, succionar
el humo en la boca, y luego aspirar el humo del cigarrillo como si estuviera
dando un largo suspiro… Al haber hecho eso, se le hincharon los ojos, miró al
cielo y tosió como nunca en su vida lo había hecho y nunca en mi vida vi a
alguien toser de esa manera tan desesperante, era como si se hubiera estando
ahogando, como si el aire le faltaba, nosotros con mi primo le miramos
espantados, creíamos que era el fin de nuestro amigo, y buscando que Edgar lo
Auxiliara o nos dijera que hacer con Julio, sin embargo Edgar solo se reía
mucho y solo decía – “Muy bien, muy bien carajo, eso es golpear, así se fuma.”
En mis
recuerdos, mirando a las personas fumar, a ninguno les había pasado algo
similar, siempre les veía tan natural fumar, como el mismo acto de respirar,
creía que algo malo había hecho julio, o es su defecto, esos cigarrillos tenían
algo muy diferente. Julio se ahogaba, le vi retorcerse de dolor, se apretaba el
vientre, tosía muy fuerte, le vi escupir, casi querer vomitar, y poco a poco,
iba restableciéndose, su respiración volvía a la normalidad, los ojos le
comenzaron a lagrimear, se puso muy colorado, y luego le veía reír.
Luego dijo Julio
que se sentía muy mareado, que la cabeza le estaba comenzando a doler, y a dar
algo de vueltas. Edgar dijo que eso era normal.
Luego fue el
turno de mi primo, pero él mucho más cuidadoso aspiró poco humo, “golpeó” y
tosió muy fuerte, aunque menos que Julio, siempre cauteloso, fue más moderado
su toser.
Luego los tres
me miraron y supe que era mi turno de fumar. Yo, algo asustado por lo que vi
anteriormente, me empecé a desanimar, luego, mi típico instinto de
autoprotección, me dictó a decir que ya no quería, sin embargo, la fuerza
opuesta, el de la curiosidad, actuaba como una pequeña voz interior que me
incentivaba a continuar, así que aunque dudándolo dije que mejor ya no quería
hacerlo, entonces, no recuerdo si fue Julio o Edgar quien lo dijo, pero escuché
a alguien decirme: ¡¡¡FUMA MIERDA!!!, y eso me motivó finalmente a no quedarme
atrás, e hizo que succionara el humo del cigarrillo.
Edgar me dijo:
“Aspira profundamente”. Al hacerlo, sentí que un cuchillo se clavaba en mi
pecho, era el humo entrando en mis pulmones y con mucho dolor, tosí igual que
todos, mi reacción fue similar a la de Julio, mareo, nauseas, asfixia, como si
una mano invisible me estuviera impidiendo respirar, era la primera vez que mis
pulmones eran invadidos por el humo de cigarrillo.
Luego sentí un
mareo, que hizo que me tumbara y dejara caer en el piso, observado las
estrellas lejanas, en el inconmensurable espacio al que mi mirada apuntaba.
Le dije a Edgar
¿Cómo le puede gustar tanto a la gente esto?, él me dijo, “Ya te gustará”, y
tuvo razón.
Regreso a la
realidad, a la orilla del río, escuchando el sonido del agua correr, y continúo
mirando al joven en la orilla opuesta, y miro que va fumando su cigarrillo,
pero noto algo diferente, un detalle, yo que he fumado mucho, sé que un cigarro
se va consumiendo lentamente, a comparación con el que ese chico estaba
fumando. Veía que lo que él iba fumando, iba quemándose más rápido de lo que se
esperaría que se quemara un cigarrillo normal, y que decir de la cantidad de humo
que botaba el cual era muy abundante, no solo eso, aquel joven lo iba fumando
de una manera muy rápida y casi precipitada, como no queriendo desperdiciar
nada del humo que de aquel cigarrillo suyo salía.
Ya desde mis 14
años era un fumador recurrente, y sabía por propia experiencia que un cigarro
de tabaco no se quema con tal rapidez, y no bota tanta cantidad de humo, y tampoco
se fumaba una pitada tras otra sin descanso, como si no se quisiera
desperdiciar nada del humo que de ese extraño cigarrillo salía. Yo sabía que
era desagradable y hasta doloroso hacerlo en intervalos de tiempo tan cortos…
Solo existía una explicación a aquello, basada también en mi propia
experiencia; no era de tabaco el cigarro que iba fumando, me dije en sí, es de
otra cosa…
Había escuchado
desde siempre una palabra algo extraña, una palabra que era mencionada con
cierto temor, recelo y envuelta en obscurantismo, una palabra algo exótica en
el vocabulario cotidiano, y que casi la mayoría temía mencionarlo muy fuerte; una
palabra que al ser pronunciada pareciera evocar o hacer referencia a una
especie de deidad enigmática o algo con propiedades mágicas o sobrenaturales,
una palabra cuya pronunciación y sonido hacía pensar que se trataba de algo de
origen extranjero y hasta prohibido: MARIHUANA.
En el colegio
escuchaba que los profesores decían aquello era malo, muy malo, malísimo, y sin
embargo conocía a algunos estudiantes que lo consumían, pero yo sugestionado
por el adoctrinamiento de los profesores del colegio, me había auto prohibido
(sin haberlo probado) esa sustancia, por tanto no me había nacido ni la
curiosidad ni la intención de probarla, ya que aquellos quienes sabía que lo
consumían, eran estudiantes que estaban involucrados en vandalismos y pandillas
callejeras. “Son Drogos” pensaba.
Habiendo entrado
ya en mi etapa universitaria, veía que estudiantes que no eran violentos ni delincuentes,
eran consumidores frecuentes de la marihuana, eran estudiantes con un carácter
amable y pacífico, no eran antisociales y a diferencia de los que conocía que
lo fumaban en el colegio, estos si tenían metas, sueños y eran chicos de los
cuales se podría esperar muy optimistamente un futuro muy prometedor, que
serían además muy útiles a la sociedad, a diferencia de los fumones de mi etapa
de colegial, y aconteció pues que un paradigma estaba sufriendo en mí una gran
paradoja.
¿Qué es bueno y
qué es malo?, sin querer algunos de esos jóvenes, se hicieron amigos míos, los
iba conociendo y no parecían ser los típicos delincuentes que estereotiparon
los profesores de mi colegio respecto a los que se veían involucrados con la
marihuana, pero sin embargo, a pesar de llamar a muchos de ellos mis amigos, no
sentía en mi ninguna necesidad, ni ganas, ni la curiosidad de preguntarles sobre la hierba, o siquiera
sugerirles que yo quería probarlo, ellos, siendo muy conscientes de mi opinión
al respecto, siempre me respetaron y ninguno intentó hacerme consumir en contra
mi voluntad, ni siquiera el grupo intentó ejercer presión sobre mí, eso hizo
que yo los respetara mucho más, y siguiera considerándolos mis amigos.
Y continuaba así
mi vida, sin consumir drogas ilegales.
Y debido a mis
deberes universitarios, me alejé durante mucho tiempo de mi primo, y Julio se
fue de la ciudad, cada uno de nosotros entonces comenzó vidas paralelas, hasta
que un día, después de un prolongado distanciamiento con mi primo, en medio de
una conversación, descubrí que él ya era un consumidor de marihuana. ¿En qué
momento pasó?, él lo descubrió por su cuenta, entonces por primera vez tuve en
mi la curiosidad, y le dije a él, que también yo quería probarla.
Julio por ese
entonces había regresado a la ciudad, luego de años sin haberlo visto, y nos
comentó que en todo ese tiempo que estuvo lejos, tampoco había fumado la maría,
y por eso también tenía curiosidad de probarla. Nuevamente el trio con el que
comenzamos a explorar lo desconocido había vuelto a ser juntado por el destino.
El problema era
conseguirlo, mi primo felizmente, ya sabía cómo hacerlo, él fue quien se
encargó de aquello, así que quedamos en ir a un lugar apartado, tranquilo y
seguro para en ese lugar experimentar el efecto del Tetrahidrocannabinol por
primera vez; la vereda de nuestro
colegio en la noche fue el lugar
escogido.
En aquellos
tiempos, nuestro colegio se hallaba casi a la periferia de la ciudad, había una
calle ancha con árboles a ambos lados que cubrían de sombras las vereda en las
noches, brindándoles una obscuridad que nos era propicia, además, debido a la
escaza iluminación de aquella calle, era poco concurrida en las noches, y
cualquiera que casualmente caminara por esa calle, no podría distinguir algo
que pudiera haber en las veredas del colegio protegidas por las densas sombras
que causaban los árboles de pomarrosa, sumado eso a la poca iluminación del
lugar por entonces, era el lugar perfecto.
Y fuimos allí,
los tres, sentados en aquella vereda, algo nerviosos por una que otra persona o
moto que circulaba por la calle, prendimos unos cigarrillos que habíamos
llevado y comíamos algunas golosinas para mitigar los nervios, mientras mi
primo comenzaba a armar el troncho y luego fue quien lo encendió y primero lo fumó,
luego, aun encendido, se lo pasó a Julio, y como siempre me lo pasaron a mi sin
tanto dramatismo.
Mis expectativas
aquella primera vez fueron rotas, esperaba tener alucinaciones fantasiosas,
volar por los aires, ver colores y tener algún tipo de experiencia
extrasensorial o hasta psicodélica, y cosas así, que era común escuchar decir a
muchos quienes supuestamente decían haberlo fumado, y que luego entendí que
solo eran charlatanes. Pero nada de eso pasó. Recuerdo que no tuve ni sentí
nada novedoso en mí, Julio se quedaba observando un árbol y él decía que estaba
esperando ver algo, decía cosas como “Oigan es normal o me parece que aquella
sombra se está moviendo”, y yo le preguntaba a mi primo, ¿Qué se supone que
debo sentir?, mientras él parecía estar en otra dimensión, riéndose de algo y
mirándonos a nosotros que estábamos confundidos por no sentir nada diferente
aún, y regresé ese día a casa luego de esa primera vez, decepcionado. Luego
supe, que al fumar marihuana por primera
vez nadie siente nada diferente, habría que esperar fumar dos veces más, para
sentir los espectaculares efectos del THC, interactuando con mi cerebro, y como
siempre, tuvieron razón.
Desde el día en
que pude sentir los agradables beneficios relajantes y potenciadores
sensoriales de mis cinco sentidos que marihuana estimulaba, me volví más
introspectivo, más abierto al mundo, mis paradigmas fueron destruidos con
contundencia, y diría que me iba volviendo cada vez una mejor persona, me comencé
a dar cuenta de los errores de mi personalidad, comencé a verme a mí mismo a
través de los ojos de un observador, y poco a poco iba evolucionando como
persona, llegaba a un estado de introspección y de conciencia que era muy
difícil o hasta imposible llegar de manera natural, y en ese estado, como un
trance consiente, tomé muchas decisiones y abandoné muchas ideas arraigadas que
tenía en mi desde muy niño, que quizás me han imposibilitado alcanzar algún
tipo de felicidad en mi vida. Desde entonces, mis mejores meditaciones e ideas,
fueron logradas bajo el abrigo de la marihuana y el estado al que ponía a mi
mente para ponerme frente a revelaciones de mi propio yo, que hasta eran
desconocidas para mí mismo. Cada vez que yo requería encontrar respuestas a
algo, y estaba tan preocupado, estresado como para concentrarme en meditar,
recurría a la marihuana para alcanzar la serenidad y por fin ayudar a mi
cerebro a concentrarse y relajarse para ayudarme a pensar con mayor claridad, y
luego de haberlo fumado, me encontraba muy en paz, sereno y tranquilo.
Volví yo en sí,
y veía a ese chico muy en paz, sereno, tranquilo, quizás gozando de los
efectos, ya sin ese aspecto de alguien preocupado e inquieto por pensamientos
tormentosos que anteriormente quizás le habían estado aturdiendo, y en su
semblante vi regocijo como si sus problemas que le sumían en pensamientos se hubieran
hecho humo, podía vislumbrar una leve sonrisa en su rostro, una agradable sonrisa
de satisfacción, ya no era el mismo que estaba inquieto, ahora lucía con la serenidad
propia de alguien que solo conoce amor y paz en su vida, y de pronto sucedió
que le vi levitar, alzarse por el aire, desafiar la gravedad, miraba hacia un
punto lejano del horizonte con la mirada fija, y repentinamente giró la cabeza
y comenzó a mirar hacia donde me encontraba yo, parecía que ya había notado mi
presencia, y me inundé de temor, el temor similar al que siente una presa que
al ser descubierta por la fiera de la cual se escondía. Solo que mi temor era
una suma de miedo y espanto, pues no parecía ser alguien común, porque este
venía acercándose a mí por los aires, flotaba en el aire y venía atravesando,
sobre las aguas el rio con un rostro apacible y los brazos en los bolsillos,
despreocupado pero mirando hacia donde yo estaba, era evidente que venía hacia
mí. Una fuerza invisible inmovilizó mis miembros que me impidió salir
corriendo, y estaba asustado, aterrado, mi instinto de supervivencia me
incitaba a huir a correr con todas mis fuerzas, pero una fuerza opuesta me
detenía, diría que aquel joven me había inmovilizado, y lo veía acercarse más y
más, y mientras la distancia entre nosotros se reducía, pude ver con más
claridad a medida que se acercaba, de sus rasgos faciales. Es más atractivo de
cerca, su cabello brillante adquiere un tono rojizo oscuro con el sol, su
rostro tiene lunares, uno en su mejilla derecha, otros tanto en su cara, y
cuello, creo que se me hacía alguien muy familiar.
Y entonces me di
cuenta que todo este tiempo me estaba observando a mí mismo.