Algún
día el agreste camino escabroso por el que me tocó caminar, con puntiagudos
espinos y gruesas piedras, terminarán por desangrarme, y mi cadáver adornará el
gris paisaje del mundo de dejaré atrás, pero aunque mi corazón deje de latir y
mi cuerpo de moverse, mi voluntad siempre permanecerá firme e inquebrantable, y
con la muerte de mi cuerpo, mi mente inquieta encontrará su libertad de este
cuerpo que tantas limitaciones le ha causado desde que le tocó tener que lidiar
con él. Mi mente es prisionera de mi cuerpo, mi alma está recluida en un saco
de carne y hueso demasiado frágil, y voluble a las inclemencias que en el mundo
gobiernan y sumiso a las pasiones más intensas. El último peldaño de la evolución
será cuando alcancemos un estado de conciencia pura inmaterial. Estoy
convencido que la muerte es ese último peldaño, estoy convencido que al morir,
nuestra conciencia queda libre. La vida al fin de cuentas resulta ser nada más
que un sueño, y la muerte es el momento en que despertamos.
Espero
que las estrellas nunca se apaguen, y que mi alma pueda hacer de su tiempo a la
eternidad para poder recorrer cada rincón del universo, y desenmarañar los
misterios que como mortal no me fue permitido conocer. Deseo en un momento de
esa eternidad, poder encontrarme con la esencia divina creadora de lo absoluto,
el origen de todo, la única fuerza intangible e inamovible que armó todo este
intrincado dominó, que resultó ser el universo. La vida es para mí el misterio
más grande, y cada vez que alzo la mirada al cielo en una noche despejada,
siento a mi mente volar por ese firmamento estrellado, y llegar hasta el rincón
más recóndito de lo inacabable, esperando encontrar en un punto distante lo que
una vez se me fue arrebatado de la tierra.
Tengo
ansias de todo el conocimiento, según la leyenda, el conocimiento más sublime,
estaba escrito únicamente en una esmeralda. ¿Dónde está esa esmeralda?
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