domingo, 6 de octubre de 2019

ESTRELLA MORIBUNDA


 

   Hace ya mucho que ha desaparecido, la estrella que juntos descubrimos, mientras tumbados sobre el frío suelo de agosto, acostados en la arena uno al lado del otro en contemplanza del firmamento, y vaciada una botella de vino, miraste hacia un punto de aquel cielo, hacia la profunda obscuridad que reinaba, dijiste mirar la estrella más brillante de aquella noche, de hecho la única cuya luz pudo atravesar aquellas tinieblas que cubrían al resto de estrellas, y era centelleante y muy opaca a la vista; dijiste que la mirase, y así lo hice, no fue tan difícil ubicarla, puesto que era la única estrella que podía verse en aquel cielo sobre una ciudad que lucía en llamas.
Es –– me dijiste –– Como nuestro amor en este momento, luchando contra la obscuridad, apenas visible, solo el vestigio de lo que un día fue, como cuando te conocí, nuestro amor era como un sol que todo lo iluminaba, nuestro amor brillaba tanto que enceguecía a quien lo viera, e incineraba a quien se lo atravesara, vencía hasta a la tiniebla más densa, como cuando el día vence a la noche obscura y fría en cada amanecer; nuestro amor era tan intenso que incluso nos quemaba, y alimentaba el fuego de nuestros corazones, ponía en marcha el motor de nuestras pasiones, y daba vida y sentido a esos seres que ansiosos de amar y ser amados que nosotros éramos, su incandescencia era más que suficiente para dar calor a nuestros momentos más gélidos, nada nos detenía, brillábamos tanto que a donde fuera que íbamos, todos volteaban la mirada hacia nosotros y en sus ojos se les vía decir: “Cuando amor desprenden de entre sus corazones”Ahora no hay palabras para describir lo que queda de ella, es como si sobre nuestro sol acontece un eclipse que no termina, o se ha convertido ya en una estrella moribunda como la que vemos en el cielo a la que tenuemente y con esfuerzo podemos ver, es lo que queda de lo que fue.
   Aunque no lo quise admitir, tenías razón, hacía mucho que nuestras salidas y paseos se habían vuelto más un acto protocolar, como aquella noche, ya no había nada de qué hablar, cualquier cosa del presente era tocado con indiferencia, los silencios eran incómodos, se sentía que hablar era molesto, el futuro no era un tema de conversación que quisiéramos tocar, ya el pasado era cada vez una infinita e ineludible fuente de discusiones y conflictos que a nada llevaban mas a que a erosionar lo que quedaba de nosotros, era mejor evitarlo para no arruinar el momento.

   Y aunque fue buena la idea de amenizar el momento con una botella de vino, ésta aunque dulce y agradable al paladar, beberlo no me generaba el mismo placer que antaño como cuando era parte de un momento romántico, en ese instante no pensaba más que en embriagarme con mucho alcohol para al menos sentirme un poco mejor, pero una botella resultaba apenas un sorbo para lo que ansiaba beber.

   Ya nada había para que lo nuestro sea salvado, el vino se había acabado, el último cigarrillo había sido quemado, la llama del amor ya sofocado, y nuestra estrella estaba cada vez por la obscuridad opacado.

   Y el destino quizá trató de intervenir a nuestro favor, en forma de la sorpresiva aparición de una anciana vendedora ambulante de rosas rojas, que se animó a recorrer la obscuridad del lugar, entendiendo que aquel paraje era ideal para potenciales compradores, y al vernos allí juntos se nos acercó en silencio, amablemente nos saludó, y ni con sus bellas palabras elogiando el amor y el simbolismo que una rosa roja representaba bastó para que algo en nosotros volviera a encenderse, ni su vano intento de apelar a nuestras emociones por su necesidad de llevar algo a su hogar nos persuadió para que le compráramos una flor, y cuando entendió que nos incomodada mientras ambos mirábamos a diferentes direcciones mientras todo el tiempo aquella anciana nos hablaba, nos despidió con la misma amabilidad, y deseándonos lo mejor continuó caminando por el lugar en busca de alguna pareja enamorada para quien si valiera la pena comprarle una rosa.

   Hasta aquella vendedora desconocida pudo notar que si algo alguna vez brilló entre nosotros se había apagado, y si la hubiéramos mirado a los ojos, tal vez habríamos visto en su mirada, la lástima que ella sentía hacia nosotros, al notar nuestra indiferencia y frialdad mutua, ella, que en su oficio de vender rosas rojas a tantas parejas enamoradas, veía que entre ambos el amor ya no era más que una palabra, y el fuego que es evidente en parejas enamoradas aquella anciana ya no lo percibió entre nosotros.

   Creo que ya todo era obvio, ya todo se había acabado, era necio continuar con una farsa de apariencias, tu tomaste la iniciativa esta vez, te pusiste de pie y te fuiste sin decir más que un adiós, y a mí, no se me ocurrió algo más que decirte: 
“Creo que ya nunca volveremos a vernos, cada quien debería seguir su camino, te deseo lo mejor”
   En la obscuridad te vi caminar, alejándote de mí, sin voltear a mirar atrás, era evidente que te hubiera gustado irte corriendo, pero solo caminaste a paso firme, mientras observaba a tu silueta alejarse hasta llegar hasta la zona iluminada y perderte de vista mientras te alejabas; mientras yo me quedé en la playa pensando y sorprendiéndome del nulo remordimiento que sentía, la liberación de salir de una relación vacía que en su momento fue tan intensa y cegadora como el sol en el cielo, y del que ahora quedaba solamente aquel astro decadente que con dificultad brillaba en ese momento en el cielo.

   Busque en el firmamento aquella estrella tenue, pero ya todo el cielo se había obscurecido aún mucho más, ya no se veía nada, la obscuridad era total, sí, la densa niebla obscura lo había opacado hasta no hacerla visible, pero creo que al final de cuentas, hacía ya mucho que había desaparecido la estrella que juntos descubrimos.

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