Hace ya mucho que ha
desaparecido, la estrella que juntos descubrimos, mientras tumbados sobre el
frío suelo de agosto, acostados en la arena uno al lado del otro en
contemplanza del firmamento, y vaciada una botella de vino, miraste hacia un
punto de aquel cielo, hacia la profunda obscuridad que reinaba, dijiste mirar la
estrella más brillante de aquella noche, de hecho la única cuya luz pudo
atravesar aquellas tinieblas que cubrían al resto de estrellas, y era
centelleante y muy opaca a la vista; dijiste que la mirase, y así lo hice, no
fue tan difícil ubicarla, puesto que era la única estrella que podía verse en
aquel cielo sobre una ciudad que lucía en llamas.
Es –– me dijiste –– Como nuestro amor en este momento, luchando contra la obscuridad, apenas visible, solo el vestigio de lo que un día fue, como cuando te conocí, nuestro amor era como un sol que todo lo iluminaba, nuestro amor brillaba tanto que enceguecía a quien lo viera, e incineraba a quien se lo atravesara, vencía hasta a la tiniebla más densa, como cuando el día vence a la noche obscura y fría en cada amanecer; nuestro amor era tan intenso que incluso nos quemaba, y alimentaba el fuego de nuestros corazones, ponía en marcha el motor de nuestras pasiones, y daba vida y sentido a esos seres que ansiosos de amar y ser amados que nosotros éramos, su incandescencia era más que suficiente para dar calor a nuestros momentos más gélidos, nada nos detenía, brillábamos tanto que a donde fuera que íbamos, todos volteaban la mirada hacia nosotros y en sus ojos se les vía decir: “Cuando amor desprenden de entre sus corazones”Ahora no hay palabras para describir lo que queda de ella, es como si sobre nuestro sol acontece un eclipse que no termina, o se ha convertido ya en una estrella moribunda como la que vemos en el cielo a la que tenuemente y con esfuerzo podemos ver, es lo que queda de lo que fue.
Aunque no lo quise admitir, tenías
razón, hacía mucho que nuestras salidas y paseos se habían vuelto más un acto
protocolar, como aquella noche, ya no había nada de qué hablar, cualquier cosa
del presente era tocado con indiferencia, los silencios eran incómodos, se
sentía que hablar era molesto, el futuro no era un tema de conversación que
quisiéramos tocar, ya el pasado era cada vez una infinita e ineludible fuente
de discusiones y conflictos que a nada llevaban mas a que a erosionar lo que
quedaba de nosotros, era mejor evitarlo para no arruinar el momento.
Y aunque fue buena la idea de
amenizar el momento con una botella de vino, ésta aunque dulce y agradable al
paladar, beberlo no me generaba el mismo placer que antaño como cuando era
parte de un momento romántico, en ese instante no pensaba más que en embriagarme
con mucho alcohol para al menos sentirme un poco mejor, pero una botella
resultaba apenas un sorbo para lo que ansiaba beber.
Ya nada había para que lo nuestro
sea salvado, el vino se había acabado, el último cigarrillo había sido quemado,
la llama del amor ya sofocado, y nuestra estrella estaba cada vez por la
obscuridad opacado.
Y el destino quizá trató de
intervenir a nuestro favor, en forma de la sorpresiva aparición de una anciana vendedora
ambulante de rosas rojas, que se animó a recorrer la obscuridad del lugar,
entendiendo que aquel paraje era ideal para potenciales compradores, y al
vernos allí juntos se nos acercó en silencio, amablemente nos saludó, y ni con
sus bellas palabras elogiando el amor y el simbolismo que una rosa roja representaba
bastó para que algo en nosotros volviera a encenderse, ni su vano intento de
apelar a nuestras emociones por su necesidad de llevar algo a su hogar nos
persuadió para que le compráramos una flor, y cuando entendió que nos
incomodada mientras ambos mirábamos a diferentes direcciones mientras todo el
tiempo aquella anciana nos hablaba, nos despidió con la misma amabilidad, y deseándonos
lo mejor continuó caminando por el lugar en busca de alguna pareja enamorada
para quien si valiera la pena comprarle una rosa.
Hasta aquella vendedora desconocida
pudo notar que si algo alguna vez brilló entre nosotros se había apagado, y si
la hubiéramos mirado a los ojos, tal vez habríamos visto en su mirada, la lástima
que ella sentía hacia nosotros, al notar nuestra indiferencia y frialdad mutua,
ella, que en su oficio de vender rosas rojas a tantas parejas enamoradas, veía
que entre ambos el amor ya no era más que una palabra, y el fuego que es
evidente en parejas enamoradas aquella anciana ya no lo percibió entre nosotros.
Creo que ya todo era obvio, ya
todo se había acabado, era necio continuar con una farsa de apariencias, tu
tomaste la iniciativa esta vez, te pusiste de pie y te fuiste sin decir más que
un adiós, y a mí, no se me ocurrió algo más que decirte:
“Creo que ya nunca volveremos a vernos, cada quien debería seguir su camino, te deseo lo mejor”
En la obscuridad te vi caminar,
alejándote de mí, sin voltear a mirar atrás, era evidente que te hubiera
gustado irte corriendo, pero solo caminaste a paso firme, mientras observaba a
tu silueta alejarse hasta llegar hasta la zona iluminada y perderte de vista
mientras te alejabas; mientras yo me quedé en la playa pensando y
sorprendiéndome del nulo remordimiento que sentía, la liberación de salir de
una relación vacía que en su momento fue tan intensa y cegadora como el sol en
el cielo, y del que ahora quedaba solamente aquel astro decadente que con dificultad brillaba en ese momento en el cielo.
Busque en el firmamento aquella estrella
tenue, pero ya todo el cielo se había obscurecido aún mucho más, ya no se veía
nada, la obscuridad era total, sí, la densa niebla obscura lo había opacado
hasta no hacerla visible, pero creo que al final de cuentas, hacía ya mucho que
había desaparecido la estrella que juntos descubrimos.
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