jueves, 26 de marzo de 2020

LA FLOR


   
   Sentado en una banca, en aquel solitario mirador, de mañana fresca y húmeda, con brisa suave que acariciaba mi rostro como sus suaves manos previas a regalarme un beso, miré una flor.

   Le miré a los ojos, aquella extraña mirada mansa lujuriosa y perversa que me fascinaba y hacia doblegar a mi alama a que se pusiera de rodillas mientras trataba de mantener la compostura, y pronunciar alguna palabra, pero solo pude balbucear, me sentía tan débil ante su mirada atemorizante que me bañaba de ternura, tanta que no podía resistirme a dejar mi seriedad fingida y sonreír como un niño que disfrutaba ser mimado.

-          Que sucede, me preguntó

   Esbozó una sonrisa pícara, eso me derritió, solo volví la mirada a otro lado, y miré la bella flor, fui hasta ella, era un diente de león, era tan feliz que no lo podía disimularlo, y al mismo tiempo no quería dejar de estarlo.

-     Es una bella flor – Le dije – Estoy en una encrucijada, si amo a esta flor, y la arranco para tenerla, eventualmente se marchitará, pero si la dejo donde está, también morirá, pero vivirá mucho más tiempo que en mis manos. ¿Amar es poseer o dejarle vivir su vida? No lo sé.

   Cuando contemplaba la flor, pensaba en su mirada, en cuan feliz era estando a su lado, no podía poseerlo para mí, pero me sentía bien contemplar ver cuán feliz era, cuan bien disfrutaba caminar de la mano conmigo, y cuan feliz me hacía el hecho de que teniendo la libertad de irse para siempre, elegía permanecer a mi lado, a cambio de nada, y a cambio de todo.

   Una lagrima sentí descender por mi mejilla, pero no dejé que lo notara, era tan feliz como nunca lo había sido, no pensé ser tan feliz con cosas tan sencillas y simples, mirar al cielo y sentir una suave mano tocar la mía, acariciar mis dedos suavemente, subir por mis brazos, llegar a mi cara, y voltear mi rostro hasta dirigirlo al encuentro de sus labios, no pudiendo resistirme a ese hipnótico placer de compartir su aliento, Y tener aquellos ojos tan deslumbrantes tan cerca mío, mirándome y pareciendo penetrar en mí, adentrándose en mi alma para llenarlo de su apacibilidad que destruye mi tristeza con tanta violencia, que puedo sentir el éxtasis absoluto sin preocuparme de más nada de vivir el momento, de sentirme tan vivo.

   Y voltee a la mirada hacia donde estaba, y esos ojos, ¡Oh Dios mío! me encontré con esos ojos, con esa mirada frente a la cual no tenía defensa alguna, me observaba e involuntariamente una sonrisa se esbozó en mis labios, sentí mis hombros caer, y me dejé caer a sus brazos, le abracé tan fuerte y dulcemente que no pude sino suspirar de alegría al sentirme tan lleno de vida.

-          ¿Que sucede? – Me preguntó
-          Sucede todo – Le respondí – Solo anhelo un abrazo tuyo, y que este momento dure lo que le queda al universo de vida.

   Pero era la realidad obvia que no duraría mucho, y ambos lo sabíamos, y sin decir palabras, nos abrazamos fuerte y dulcemente, mientras yo solo cerraba los ojos y navegaba en ese mar de emociones embriagantes que solo un abrazo tierno puede otorgar.

   Nos miramos y nos besamos, no mediamos palabra alguna, de alguna manera sabíamos lo que necesitábamos, cualquier palabra salida de nuestros labios hubiera sido solo ruido, por que solo nosotros habíamos llegado a comprender el lenguaje de los abrazos, las caricias y los besos, y con eso decíamos mucho más que cualquier elocuente palabra o explicación que podríamos articular.
   
   Se me ocurrió algo entonces, fui a la flor diente de León, y decidí hacer algo.

Le Pedí un deseo, que la flor jamás se marchitara, pero conociéndolo, sé que igual se marchitaría.
Le Pedí que a mi lado siempre se quedara, pero como es rencoroso, sé que al final se lo llevaría.
Le pedí que ese instante jamás terminara, pero viendo su imparable paso, sabía que al final aquel instante se esfumaría.
El tiempo al verme triste, me consoló diciéndome, que el recuerdo, si solo eso me dejaría.

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