Sentado en una banca, en aquel
solitario mirador, de mañana fresca y húmeda, con brisa suave que acariciaba mi
rostro como sus suaves manos previas a regalarme un beso, miré una flor.
Le miré a los ojos, aquella
extraña mirada mansa lujuriosa y perversa que me fascinaba y hacia doblegar a
mi alama a que se pusiera de rodillas mientras trataba de mantener la
compostura, y pronunciar alguna palabra, pero solo pude balbucear, me sentía
tan débil ante su mirada atemorizante que me bañaba de ternura, tanta que no
podía resistirme a dejar mi seriedad fingida y sonreír como un niño que
disfrutaba ser mimado.
-
Que sucede, me preguntó
Esbozó una sonrisa pícara, eso me
derritió, solo volví la mirada a otro lado, y miré la bella flor, fui hasta
ella, era un diente de león, era tan feliz que no lo podía disimularlo, y al
mismo tiempo no quería dejar de estarlo.
- Es una bella flor – Le dije – Estoy en una
encrucijada, si amo a esta flor, y la arranco para tenerla, eventualmente se
marchitará, pero si la dejo donde está, también morirá, pero vivirá mucho más
tiempo que en mis manos. ¿Amar es poseer o dejarle vivir su vida? No lo sé.
Cuando contemplaba la flor,
pensaba en su mirada, en cuan feliz era estando a su lado, no podía poseerlo
para mí, pero me sentía bien contemplar ver cuán feliz era, cuan bien
disfrutaba caminar de la mano conmigo, y cuan feliz me hacía el hecho de que
teniendo la libertad de irse para siempre, elegía permanecer a mi lado, a
cambio de nada, y a cambio de todo.
Una lagrima sentí descender por
mi mejilla, pero no dejé que lo notara, era tan feliz como nunca lo había sido,
no pensé ser tan feliz con cosas tan sencillas y simples, mirar al cielo y
sentir una suave mano tocar la mía, acariciar mis dedos suavemente, subir por
mis brazos, llegar a mi cara, y voltear mi rostro hasta dirigirlo al encuentro
de sus labios, no pudiendo resistirme a ese hipnótico placer de compartir su
aliento, Y tener aquellos ojos tan deslumbrantes tan cerca mío, mirándome y
pareciendo penetrar en mí, adentrándose en mi alma para llenarlo de su
apacibilidad que destruye mi tristeza con tanta violencia, que puedo sentir el éxtasis
absoluto sin preocuparme de más nada de vivir el momento, de sentirme tan vivo.
Y voltee a la mirada hacia donde
estaba, y esos ojos, ¡Oh Dios mío! me encontré con esos ojos, con esa mirada
frente a la cual no tenía defensa alguna, me observaba e involuntariamente una sonrisa
se esbozó en mis labios, sentí mis hombros caer, y me dejé caer a sus brazos,
le abracé tan fuerte y dulcemente que no pude sino suspirar de alegría al
sentirme tan lleno de vida.
-
¿Que sucede? – Me preguntó
-
Sucede todo – Le respondí – Solo anhelo un
abrazo tuyo, y que este momento dure lo que le queda al universo de vida.
Pero era la realidad obvia que no
duraría mucho, y ambos lo sabíamos, y sin decir palabras, nos abrazamos fuerte
y dulcemente, mientras yo solo cerraba los ojos y navegaba en ese mar de
emociones embriagantes que solo un abrazo tierno puede otorgar.
Nos miramos y nos besamos, no
mediamos palabra alguna, de alguna manera sabíamos lo que necesitábamos,
cualquier palabra salida de nuestros labios hubiera sido solo ruido, por que
solo nosotros habíamos llegado a comprender el lenguaje de los abrazos, las
caricias y los besos, y con eso decíamos mucho más que cualquier elocuente
palabra o explicación que podríamos articular.
Se me ocurrió algo entonces, fui
a la flor diente de León, y decidí hacer algo.
Le Pedí un deseo, que la flor jamás se marchitara, pero conociéndolo, sé que igual se marchitaría.
Le Pedí que a mi lado siempre se quedara, pero como es rencoroso, sé que al final se lo llevaría.
Le pedí que ese instante jamás terminara, pero viendo su imparable paso, sabía que al final aquel instante se esfumaría.
El tiempo al verme triste, me consoló diciéndome, que el recuerdo, si solo eso me dejaría.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario