Caminaba por una ruta
desconocida, adentrándome en el bosque de la montaña, buscando cobijarme con la
sombra fresca de los árboles de los incinerantes rayos del sol de aquella tarde
de verano, y siguiendo un camino de pendiente empinada, avancé sin saber a dónde
me llevaba, creí por un momento que sería un atajo para mi destino final, pero
a medida que avanzaba, y que mi cuerpo se iba llenando de sudor, vi que me estaba
dirigiendo más al este de lo que debería, caí en cuenta de mi error al tomar
aquel camino, pero aún seguía caminando, esperando en algún momento, un viraje
hacia el oeste para retomar al destino al que me dirigía, pero me iba
dirigiendo más y más en la orientación equivocada, y pronto de tanto caminar,
me encontré frente a un imponente árbol que dominaba el paisaje, y lo tomé como
un hito del final de aquel camino, aquel árbol que sobresalía de entre los
demás, parecía con su imponencia decirme que me detuviera, que diera media
vuelta, que hasta allí debiera avanzar, su presencia era el punto de no
retorno, mi instinto me decía que debía obedecer, y decidí aquel día escuchar
aquella voz interior mía, y regresé, di media vuelta, pero no podía evitar fotografiar
aquel árbol que tenía enfrente. Era algo, casi una experiencia mística sentir
la presencia de un árbol, un ser vivo que muchas veces es subestimado por la
ambición humana, pero sentí su presencia tan viva, que me observaba amenazante,
tratándome de dar alguna advertencia.
Decidí retornar, siguiendo el
camino que me había llevado hasta ese APU, el camino de regreso fue nostálgico,
caminaba bajo la copa de los árboles, y sentía una energía que emanaba de
ellos, no podría explicar, mas que era una sensación de atravesar un bosque
vivo, cuyas presencias podía percibir, aunque no podían comunicarse conmigo,
presentía que no estaba solo, que iba acompañado, como si ellos temerosos de
tenerme ahí se incomodaran, o me protegían, a pesar de ello no me sentía
amenazado, y a cada paso, no podía evitar mirar a ambos lados y hacía arriba, y
al dirigir mi mirada hacia la copa de los árboles, veía entrelazar en la cima
sus ramas y sus hojas, sentí como si me estuvieran protegiendo de algo, no me
sentí solo ni un solo instante, y tampoco sentía miedo, sentía paz de caminar
por presencias apacibles y tranquilas, me sentía protegido mientras caminaba de
seres que habías estado sobre la tierra desde mucho antes que pudiera ser consiente
de mi existencia.
Y mientras avanzaba, el día iba
poco a poco mermando, el cielo adquiriendo una tonalidad más rojiza, todo iba
impregnándose de una tonalidad violeta, era el preludio de la noche, como cada
día, la noche estaba empezando a ocupar el lugar del día, y yo seguía
caminando, la obscuridad iba poco a poco cubriendo todo de su espectral sombra,
hasta que en un determinado momento, todo estaba cubierto en tinieblas, solo al
mirar el cielo, podría ver las estrellas tenues pero parpadeantes que en la
lejanía me acompañaban, la sombra de los árboles contrastaban con ese
firmamento estrellado, pero parecería tal vez extraño, pero no sentí en ningún
momento temor ni miedo, a pesar que estaba en medio del bosque, muy lejos aún
de la ciudad, me sentía en paz, liberado de las superficialidades propias de mi
propia humanidad, cerré los ojos y me concentré en acallar el ruido que
apabullante retumbaba en mi interior, y decidí escuchar el lenguaje de la
naturaleza, aquella sinfonía de seres comunicándose en la obscuridad, aquella
suave brisa que hace rosar las hojas de los árboles produciendo aquella calma
música cuyo sonido penetra por mi pecho y recorre mis extremidades hasta embriagarme
de la tranquilidad que me era tan ajena, y aquel olor de compost que se elevaba
del suelo hacia arriba, llenándome de un éxtasis y satisfacción hasta entonces
desconocido para mí.
Estaba allí, sentado, en paz, en
meditación, en sintonía con el mundo, abrigado con los árboles, sobre la
montaña, con la cúpula estrellada del firmamento sobre mi cabeza
Entonces, el silencio fue roto
por un aleteo ruidoso que volaba sobre mi cabeza, era una sombra cuya silueta
misteriosa contrastaba en el cielo esmaltado de estrellas. Y se posicionó sobre
la rama de un árbol, y se quedó allí, inmóvil, quieta, observándome esa oscura
silueta. Me atreví a sacar mi cámara, y fotografiar a aquello que se posó muy
arriba de mi y que en total calma, me observaba. Disparé varias ráfagas de
flash, y al ver las imágenes de mi cámara, descubrí que tenía frente a mí al
misterioso Urcututu (búho) cuyo canto me enseñaron a temer de niño para irme
pronto a dormir, no era más que una bella ave, incomprendida por reinar en una
obscuridad a la que todos temían, con su canto inocente asociado a malos
tiempos, y juntos allí, solos, mientras nos contemplábamos mutuamente, tal vez cada uno sorprendido de observar al otro, al fin,
nos entendimos, cada uno sintió respeto por el otro, y el temor fue reemplazado por admiración, y solo cuando aquel Búho hubo entendido que yo solo buscaba paz, alzó sus alas, y partió en la noche, se adentró en las tinieblas donde imperaba, dejándome nuevamente ahí, solitario regocijado con el silencio de la noche, yo por mientras, continué mi camino, guiándome con una precaria linterna, hasta llegar a la ciudad, regresé al caos que el ser humano ha creado para sentirse seguro, extirpado de la naturaleza de donde partió, a quien ve ahora como fuente de materia prima más que como su primigenio hogar, ignorando que rememorar esa parte tan humana que dejamos atrás puede darle la dicha que ciegamente persigue, obstinadamente va tras el arcoiris.
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