domingo, 15 de marzo de 2020

DESTRUCCIÓN



    Dejar el pasado atrás duele, aún más cuando ese pasado involucra a la persona a la que uno más amó, como nunca, como a nadie; y los espectros de su existencia están presentes en las cosas materiales que quedaron de una relación hermosa y dolorosa a la vez, la posesión de esos objetos lo complican todo, y el amor que le tuve alguna vez, hizo que yo decidiera aferrarme a la existencia de los recuerdos que me dejó.

    Tanto le he llegado a amar, que amarle me dolió tanto, lloré, sufrí, había vertido torrentes interminables de lágrimas pronunciando su nombre en largas noches que parecían nunca acabar, queriendo saber el porqué de su frialdad e indiferencia hacia mí, no entenderlo fue muy duro y lo pagué tan caro. Esa fue mi historia de amor, al menos en la última etapa la constante era la depresión y la ansiedad de salvar lo que llegué a amar más en el mundo, y al perder a esa persona, no me quedaba más nada que los recuerdos, los vestigios de que alguna vez fui amado por alguien.
Pues hubo, así mismo, momentos hermosos, inolvidables, tallados en mi memoria con el cincel de su ternura, si, demostró ternura también, su lado blando de su corazón, el lado hermoso de su personalidad, y la ternura de su sentimiento hacia mí.

    Me amó tanto, que me lo demostró de mil maneras, muchas de las cuales solamente quedaron vestigios en mi memoria, que son intocables, intangibles, fueron momentos solamente, inolvidables, hermosos, mágicos, aquellos momentos que ya no volverán y que tampoco de mi memoria se irán.
Pero también, una de las maneras en que me demostró su cariño, fue obsequiándome aquellos objetos materiales, cosas que llegué a conservar, y que bien pude haberme desecho de ellas en su momento pero no tuve el valor de hacerlo, es lo único tangible que me quedó para recordarle, es la prueba de que hubo un momento en que fui y me sentí amado por alguien, quien con cosas tan simples fue capaz de transformarme de alguien que se negaba a enamorarse, a alguien que terminó entregando todo, su corazón, sus secretos, sus sueños, sus anhelos, sus miedos, su pasado, sus temores y debilidades.

    Hay veces en que las cosas más sencillas se convierten en las más importantes.

    Y lo que me regaló, aquellas cosas que para mí llegaron a tener un valor incalculable, no tuve el valor ni fui  capaz de deshacerme de ellos ni siquiera en el momento más doloroso de nuestra separación, y los llevé a casa conmigo, desde tan lejos, hice un lugar en mis maletas para llevármelos conmigo, aquellas cosas que fueron entregadas a mi directamente de la mano de la persona que más amé en este mundo, no pude simplemente abandonarlo por ahí, esas reliquias invaluables, mágicas, el recuerdo de algo que viví, que fue real, que fue hermoso, pero que como todo en esta vida, acabó.
Me los llevé tan lejos, transportándolo con sumo cuidado, con delicadeza para no arruinarlos, los coloqué en un rincón especial de mi habitación, casi inaccesible con facilidad para evitar un escrutinio indeseado. Los embalé con sumo cuidado y cariño, el mayor tesoro que alguna más anhelé, que serían chucherías para cualquier otro mortal, pero para mí, lo único que me unía al ser que amaba entonces y que también me amó.

    Cartas, peluches, tarjetas, suvenir, cajas de chocolates, pañoletas, adornos, aquellas cosas que tenían un significado, cada uno representaba la esencia de momentos, a veces para conmemorar algo, a veces para una reconciliación, o a veces solamente un gesto de cariño solo por así, sin pedir nada a cambio.

    Cada uno de aquellos objetos que en persona se me fue obsequiado, representaba un beso de agradecimiento, una conversación profunda sobre nosotros, una dedicatoria y una historia, en mis momentos de soledad; en la lejanía pensaba en cada uno de esos presentes, y así mismo en la persona que me los obsequió, estaban ligados íntimamente en mi memoria, su recuerdo afloraba cuando pensaba en ellos, cuando regresaba a casa después de meses, abría aquella caja que contenía aquellos recuerdos y los observaba, nuevamente lágrimas sentía acariciar mi mejilla bajando de mis ojos, algunas veces pensaba en destruirlos, pero me detenía al solo mirarlos, con tan solo leer las palabras de sus tarjetas y dedicatorias escritos a puño y letra, todo ello, el significado de esos objetos, parecían infundían una energía en mí que me disuadía a que los destruyera, siempre les indulté de ese destino al momento de rememorar las circunstancias en que se me fue obsequiado cada uno de ellos, aparecían los flashback en mi mente mágicamente con tocar cada uno de ellos, y después de disfrutar el amargo dulce de la nostalgia, volvía a colocarlos en su escondite, a la espera de volver a ser contemplados en otro momento.

    Pasaron los meses, años, ya el sentimiento por la persona que me los había obsequiado había sido superado hacía mucho tiempo, andaba por la vida, en mis pensamientos ya dispersos en asuntos diversos, ya eventualmente iba dejando de pensar poco a poco en aquel humano que alguna vez me volvía loco, y que me tenía en vela a veces en noches de insomnio, atrapado en un bucle de tristeza depresión y angustia, y volvía a resurgir nuevamente el mismo yo, que ansiaba leer y escribir y tal vez soñar; cuando iba a casa, decía que ya no tenía sentimientos hacia la persona emisora de esos detalles, así que los decidí destruirlos, los saqué de su escondite, en perfecto estado los mantenía y estaban casi nuevos, y cuando los toqué, nuevamente los flashback y los momentos más emotivos que vivimos juntos, llegaba a sentir tanta nostalgia y cariño hacia aquellos objetos que desistía de mis intenciones inquisidoras.

    Mi vida seguía siendo arrastrada por las imparables corrientes del tiempo, los sucesos más desastrosos de mi vida iban erosionando mi estabilidad, esta vez ya no asociado a un romance, sino a cuestiones duras que la vida me puso delante, las cosas no me empezaron a salir muy bien, nuevamente sentía que algo, algún tipo de lastre existía en mi vida que no me permitía salir airoso de las situaciones que me tocaba enfrentar, llegué a recurrir a la introspección y a la meditación para ahondar en lo profundo de mi, sobre las posibles causas de ello, no iba a ser neciamente cobarde como para culpar a la suerte de lo que me pasaba, y ahondé en mis pensamientos, y en mi interior, básicamente descubrí, lastres emocionales que iba cargando sin darme cuenta, no era solamente buscar chivos expiatorios, sino el origen de todo.

    El daño que sufrí en las diversas etapas de mi vida, lo pude superar por que no existía nada físico ni material que me recuerde a ellas, excepto claro, aquellas cosas que aún guardaba, vestigios de un pasado tormentoso.

    Visioné que un aura negativo los rodeaba, al principio creía que solo era cariño para mantenerlos intactos, pero eran amuletos de mala suerte, influían en mis emociones para hacerme desistir de destruirlos, tenían como una especie de hechizo, cuando abría la caja que los contenía, me conmovía tanto mirarlos, que terminaba llorando de tristeza, un amor toxico hacia objetos inanimados, si debía barrer etapas de un pasado que fue difícil, ruin, y doloroso, debía tomar la decisión radical de acabar con todo lo que diera evidencia de que alguna vez también amé y fui amado, si la persona yace muerta en vida, no hay razón para mantener lo que me ata a su recuerdo, los objetos de aquella caja, eran lo último que me ataba a una etapa superada, era el ancla que no me dejaba seguir navegando, como objetos vudú, eran un lastre en mi vida, que debían ser destruidos al fin, vencer el escudo emocional que mantenían aún en mí.

    Con la determinación de no dejarme invadir por aquellos sentimientos nostálgicos que aquellos objetos despertaban en mí, los coloqué en una mochila, me sentí triste por lo que iba a hacer, pero mi voluntad era firme, iba a destruirlos al fin, iba a poner el punto final a la última página de una historia de amor que había culminado hacía mucho tiempo, y nada me iba a detener de hacerlo.
Nuestra historia comenzó un 29 de abril de un lejano 2016, y aquellos objetos habían sobrevivido demasiado tiempo, habían durado mucho más que nuestra relación, debía cerrar el capítulo, aun si este se mantuvo inconcluso por bastante tiempo por culpa de esos objetos, simbólicamente, debía demostrarme a mí mismo que ya los sentimientos habían sido superados hacia quien me hizo muy feliz e infeliz de la manera en que solo alguien que amó a la persona equivocada puede comprenderlo.

    Un 29 de diciembre del 2019, a las 7 de la mañana, con todos sus “detalles” en una mochila, fui al grifo más cercano a comprar gasolina.

    La noche anterior había perdido en circunstancias vergonzosas un celular nuevo que había comprado hacía poco, fue un suceso desafortunado, le atribuí esa mala suerte a una venganza anticipada de esos objetos, que no deseaban ser destruidos limpiamente sin antes causarme un sinsabor de boca que me impida disfrutar de su destrucción, quizás fue lo que decidió el momento de hacer lo que había postergado por tanto tiempo.

    Elegí como lugar, el mismo sitio donde poéticamente una vez, había capturado en una fotografía una escena de cómo el tiempo se encarga de destruir algo. Un bote siendo destruido lentamente por el río sobre el que ruidosamente surcaba sus aguas, claro que el bote, para entonces había sido devorado por el río y ya no quedaba nada de él. Era el lugar elegido para el holocausto. (Leer entrada)
Descendí las escaleras que me llevarían a ese lugar.

Crucé el túnel de árboles para llegar a orillas de ese río.



    Llegué a ese lugar, era silencioso todo, no había personas tampoco, los únicos ruidos las hacían las aguas siguiendo su largo camino, y el canto de las aves.


    Saqué los objetos, los coloqué unos encima de otros, por alguna razón, no sentí ningún tipo de tristeza que me embargara al tocarlos, ni se me ocurrió ni tuve ganas ni ánimos de leer por última vez las palabras de las cartas y tarjetas, ni siquiera un vistazo de despedida, fríamente los coloque en el suelo, saque la botella de gasolina, los rocié, y torpemente le prendí fuego sin tomar una distancia considerable, pues una columna de fuego ascendió tan alto y tan rápido, que me terminó quemando parte del cabello, felizmente solo fue eso, el olor a cabello quemado pronto lo sentí fuerte, y las cosas, aquellos objetos los vi quemarse, consumarse, devorados por el fuego purificador, no tuve ningún remordimiento verlos arder, sentí la satisfacción de un pirómano al ver como el fuego se nutría de aquellos objetos malditos, volví a echar gasolina, no iba a dejar que el fuego perdonara ninguna parte, no iba a descansar hasta verlos hechos cenizas, hasta que el fuego me libere de lo que tanto daño me había hecho.

    Volví a echar más gasolina, aun cuando todo ya estaba carbonizado, deseaba ver arder a las propias cenizas, no sea que alguna especie de ave fénix resurja de ellas.

    Al fuego sobrevivió una estatua de cerámica, y un medallón metálico, y como el fuego no bastaba para destruirlos, los arrojé al rio, como un tributo más a él.



    Luego de tan acto liberador, regresé a casa, por el mismo camino por donde vine, pero esta vez con una gran paz, y una sonrisa de satisfacción que cualquiera que me haya visto aquel día, no lo habría entendido. Al fin había puesto el ansiado punto final a esa historia. Al fin mi alma estaba libre para amar de nuevo.




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