martes, 17 de febrero de 2015

LA ÚNICA DROGA QUE ME HACE VOLAR ERES TÚ


Sí, no habría otra manera de definirla, esa abstracción en que se convierte todo lo tangible y real cuando estás junto a mí, ese momento cuando pruebo con mis labios tu sabor y mi cuerpo se electriza con esa sensación tan adormecedora que me deja tan anonadado y a merced de ti, que no hago sino solo cerrar los ojos y sentir cada parte tuya recorriendo mi cuerpo, adentrándose en mi alma, proscribiendo mis emociones y prescindiendo de mi razón para estar a disposición de la ola de sensaciones que despiertas en mí. Oh si tú, dulce bendición del cielo, fortuna mía, gracia divina. Eres el sabor que endulza mi tiempo.
Ayer, cuando junto a ti ascendimos por esa montaña buscando estar más cerca del cielo, mi corazón latía tan emocionadamente por la incertidumbre de lo que hallaríamos allá en la cima de esa escarpada montaña, esculpida por manos anónimas, intenciones desconocidas y tecnologías enigmáticas. Lo que a medio mundo maravillaba, para mi eran solo un montón de rocas apiladas, lo verdaderamente mágico para mi en ese momento, era que te tenía, y junto a ti solo deseaba llegar a la cima, lo importante no era el destino, era que ibas conmigo. Qué importaban un montón de ruinas que hablaban de un lejano pasado, cuando junto a mi llevaba a mi presente y mi futuro, qué me importaban la milenaria historia de unas ruinas inertes cuando llevaba vida conmigo, acompañado de ti y sin nada más que un deseo de poseernos mutuamente.
El pasado es algo desconocido, ido pero muerto, una huella dejada atrás en la playa, un punto de partida para comprender lo actual. ¿Qué son todos los placeres de la vida a comparación tuya? solo un recodo, una migaja de lo que contigo vivo, solo una porción del cielo, un fugaz pensamiento en la mente de Dios, una gota alimentando al infinito mar, ¿qué son las demás cosas a comparación de lo que tú me haces vivir?, solo una estrella iluminando el firmamento, una hoja reverdeciendo un bosque, una nube opacando el día, una brisa uniéndose a la tormenta.
Mientras caminábamos se dilataba el tiempo, deseaba poseerte, pero no era lo correcto frente a tantos puritanos con su sistema de moralidad anacrónico, debíamos esperar el momento adecuado, el momento ideal y propicio, un lapso fugas de privacidad era suficiente. Esa cima parecía tan cercana a nuestros ojos, y tan lejana a nuestros pasos, el misticismo no estaba en el lugar, estaba en sugestión, en la expectativa. Pero nosotros sabíamos que lo importante era estar juntos, era juntos ver pasar al tiempo, era esperar el momento indicado para dejarnos llevar, era esperar que una sombra nos ocultara levemente. Éramos demasiado listos para eso.
Tu dulce aroma era mi fuerza, tu textura mi fortaleza, eras tan bella y sensual a tu manera que nunca sería tan necio como para dejarte ir por algo más pasajero.
Desearía que el tiempo se detuviera que el sol dejara de quemar y que el cansancio dejara de detenernos, desearía que la luna eternamente brillara sobre nosotros para iluminarnos y al mismo tiempo ocultarnos de la mirada de necios que nunca son capaces de comprender más allá de lo que sus ojos ven, ellos jamás entenderán la única conexión que nos une, que nos complementa mutuamente, que nos llena y da la razón de ser a cada uno de nosotros, ellos nunca entenderán que para mí eres mejor que cualquier droga, de hecho nunca podrán llegar a entender que la única droga que me hace volar eres tú, que mi vida eres tú, que en ti está mi fortaleza para logar seguir avanzando, que por ti, yo dejo de perseguir obsesivamente al sol, cuando el mismo sol vuelve a salir tras de mi cada día.

Y seguimos caminando y finalmente la cima está a nuestra vista y para nada me decepcioné. Ahora solo quedaba disfrutar, puesto que ahora nos encontrábamos ya más cerca del firmamento, cercanos a las puertas del cielo, ya más cerca de Dios.

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