domingo, 14 de diciembre de 2014

JAZMIN



En un día de total aburrimiento, en que no tenía nada que hacer (qué novedad), fui como suelo hacer en días aquellos en que no tengo weed, al cabaret de la ciudad.
Estaban las chicas como en un escaparate de pie a la puerta de su habitación. Y ahí la vi, resaltando entre las demás, de oscura mirada, fino rostro, lisa cabellera larga, rojos labios gruesos, enigmática sonrisa coqueta, fino rostro de mármol, si la hubiese visto en cualquier otro lugar, habría pensado que era una princesa de algún reino, pero era evidente lo evidente, pero así, ella tenía algún tipo de magnetismo que hacía que no pudiera evitar dejar de mirarla, de manera que aunque recorría la mirada por las demás chicas, mi mirada, como atraída por un potente imán,  nuevamente regresaba a ella. Y la esbeltez de su cuerpo, la sensualidad de su mirada, su figura de hada, mis copas pasadas, y el deseo que provocaba, hizo que entrara a su alcoba.
Como pocas veces ocurre, al ver que era una mujer muy hermosa, decidí tratarla diferente, ya no como lo que era, sino como a una mujer, a una dama, y decidí ser amable con ella, la traté como a un ser humano, ya no como un objeto que me brindaba satisfacción sexual a cambio de una remuneración.

¿Qué decirle?
Me di cuenta que muchas veces las palabras no son necesarias para transmitir nuestras intenciones, basta con una mirada y una sonrisa constante para cautivar, deje de lado mi común mirada altanera, y puse mi tono de voz más tierno, ella por su parte, por los requerimientos propios de su oficio, tenía un trato amigable y un carisma único que poco mostraban la mayoría de las chicas que como ellas vendían placer.

Ya lo nuestro no consistió en una mera relación contractual, me hice amigo de aquella prostituta, desafiando los prejuicios de cualquiera. Me dijo que ella no quería sentirse sola en esta ciudad, que siempre dada la condición misma de su oficio, debe viajar de ciudad en ciudad, ya que luego de un tiempo, según me contaba, la frecuencia de sus servicios eran cada vez menos requeridos entre los clientes habituales, y me explicó que en ese trabajo, la popularidad entre los parroquianos era inversamente proporcional al tiempo en que permanecía en una misma ciudad, es decir que al llegar a una ciudad, era la más demandada, traduciéndose eso en altas ganancias, pero que luego, transcurrido el tiempo, como que se aburrían, y su tasa de ingresos era menor, motivo por el cual cada cierto tiempo, que podría ser uno o dos meses, debería ir a ejercer su oficio en otra ciudad, hasta que luego un día, según me contó, pueda volver a su hogar, y aparentar vivir una vida como los demás.
Me decía que en el lugar donde me conoció, el cabaret de la ciudad, era un lugar frio y sombrío, donde sus compañeras la celaban por ser ella la más hermosa, y donde sus clientes la trataban como objeto de placer, y que debía tolerar aquello porque eran los riesgos del mundo en que le toco vivir. Me dijo que quería volver a sentir esa sensación de nuevamente ser tratada como una persona, de tener un amigo que la hiciera sentir bien, con quien conversar y ser escuchada, me dijo que yo era de los pocos que la hacían sentir en confianza, como una amiga y así, me dijo, que no quería que fuera la última vez que me viera, que durante su estancia, fingiera ser su compañero, cada día al salir del cabaret. Me hice amante de esa prostituta.

Cada día a partir de las diez de la noche, la iba a visitar a su cuarto en aquel hotel, y ella como cada día me recibía, diciéndome que el día había sido muy agotador, y quería abrazarme, quería que juguemos a los enamorados, y que juguemos al juego en que yo olvidaba lo que en verdad era evidente a lo que se había dedicado durante todo el día. Y durante el resto de la noche, ella hacia conmigo, lo que hacía con otros a cambio de dinero, y juntos jugábamos a los amantes y vaya experiencia que tenía. Y al amanecer yo regresaba a casa, y ella al trabajo, a un nuevo jornal.
Nunca me hablo de su vida privada, y yo comprendía el por qué, pero lo poco que me pudo contar, me permitió deducir en parte, los motivos por el que ella había terminado en la prostitución.

Me contó que tenía un padrastro, y que el abusaba de ella hasta haberla dejado embarazada, dejo el colegio, y dado el estigma de haber sido víctima de violación, y sin estudios concluidos, ella no podía ejercer algún tipo de oficio que le ayudara a salir adelante, sumado al hecho de tener que cuidar a un hijo, no vio como una opción el buscarse un marido para que se hiciera cargo de ella, se juró a si misma que nunca se permitiría vivir bajo la dependencia de un hombre, y quien sabe por qué motivos que nunca juzgué, vio en la prostitución, una forma rentable, aunque socialmente condenable de subsistir y brindarle lo mejor a su hijo.

Era muy inteligente para ser lo que hacía.
Su inteligencia y refinada comprensión de su entorno me sorprendió, y hasta era alguien emprendedora.

–¿No te molesta que te digan puta?      
–Claro que me molesta – me respondió – puta es aquella que regala su vagina a cualquier inútil, yo en cambio soy una empresaria.
 
Me contó que tenía planes para su futuro. Ella era consciente de que La juventud es la época dorada para su oficio. Y yo le daba la razón, pues muchas veces veía en los cabarets, meretrices que rondaban los 30 a 40 años, en los rincones de los locales, ignoradas por los parroquianos, quienes prefieren siempre a las más jóvenes y hermosas. Ella era consciente de ello, se daba cuenta de que el tiempo jugaba en su contra, su trabajo era irónicamente inverso a cualquier otro.

En cualquier otro trabajo, uno preferiría contratar los servicios de aquella persona que tenga una mayor edad dada la experiencia, sin embargo en el caso de las prostitución ocurre todo lo contrario, mientras más edad tengan, menos son requeridos sus servicios, mientras más jóvenes mejor, mientras mayores, poco.
Obviamente teniendo ella en cuenta eso, no pensaba dedicarse toda la vida a ese trabajo, me dijo que por ahora, por su poca edad, todo le iba bien, aunque sabía que no siempre le iría así, por lo que una vez reunido lo suficiente, regresaría a su ciudad y construiría su sueño, fundar su restaurant, para así darle un buen futuro a su hijo, y nunca más volver a hacer lo que ahora hace, ni depender de un marido.

Decía ella que en su trabajo jamás besaba a ninguno de sus clientes, sus labios era la única parte de su cuerpo que no estaba a la venta, los besos ella se los reservaba para las personas especiales, como yo, como a su pequeño hijo que la esperaba en algún lugar que nunca me dijo, y para aquel hombre a quien quizás llegue a amar.
Nunca supe su verdadero nombre pero fui, durante dos semanas el amante de una prostituta, ¿cómo pude sobrellevar eso?, muy fácil, simplemente aplicando la filosofía que he seguido cada vez que me embarco en cualquier aventura.

           Mis tres reglas:
        1)No enamorarme.
        2)No ser celoso
        3)Esperar mi turno

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