A veces me siento
esclavo de esa droga, me siento atado al mar de sensaciones que despierta en mí,
poseído por un ente extraña que emerge dentro mío, cuando el dulce humo lleva
el tetrahidrocannabinol a mi cerebro, pareciera que un desconocido, que otra
persona oculta dentro mío despierta y toma el control de mi ser, toma el mando
de este cuerpo, y de mi interior emerge mi lado oscuro y me hace hacer cosas,
decir cosas y pensar cosas que en mi sano raciocinio ni siquiera imagino. Hay
un algo dentro mío que constantemente quiere salir, y la marihuana es la llave
que utiliza para escapar temporalmente de esa prisión donde le tengo confinada.
Soy un prisionero del
mar de emociones que desata esa dulce planta vaporizada con fuego. Su efecto es
como una fuerte tormenta que asedia el
horizonte, con truenos y relámpagos, con visiones y revelaciones, con éxtasis y
libido, pasión y lujuria, odio y amor, paz y conflagración, el pasado se
cristaliza ante mis ojos, y el futuro es más prometedor con cada respiración,
la alegría se materializa y el mundo se colorea… y luego de pasada aquella
tormenta de percepciones maximizadas, regresa la calma, y el efecto alucinante se
esfuma, regresa nuevamente el remordimiento, la tristeza convertida en humo y
expulsada de mis pulmones, otra vez regresa a ocupar el lugar que había
abandonado cuando consumí la ganlla; el dolor nuevamente hace presencia, y lo que
hace un momento fue un mágico mundo colorido nuevamente vuelve a perder sus
colores y a tornarse gris, y es entonces cuando me doy cuenta que deberé
nuevamente dar una jalada más de marihuana, para continuar experimentando la
belleza en que se transforma cada átomo del universo, cada escapada de esta
realidad.
En momentos como
estos, es cuando me doy cuenta que soy
prisionero de un círculo vicioso del que no logro salir, del que no puedo salir
y del que no tengo intención de hacerlo.
Este círculo vicioso
no tiene un comienzo, tampoco un final, todo es un suceso cíclico, todo está
encadenado a un fin no hay manera de escapar, y aunque pudiera no estaría en
mis planes el hacerlo.
Mis miedos, mis
inseguridades, y la incertidumbre de lo desconocido hacen que quiera fumar la
maría para convertir la noche en luz, y al hacerlo, los miedos se esfuman en
segundos, la felicidad devora la tristeza, y la paz reconforta mi alma, pero no
obstante y para mi desgracia, el efecto de esa droga no es eterno (aunque así
lo quisiera), y nuevamente los miedos e inseguridades reaparecidas hacen que
nuevamente desee consumirla. Atrapado, pero al mismo tiempo no deseando salir.
Estoy condenado a repetir este ciclo durante toda mi vida, he aprendido a vivir
así, no puedo ser feliz de otra manera, es mi manera de vivir, mi manera de ser,
he aprendido a fingir que soy normal, como todos, y todo aquel que haya
intentado cambiar este patrón de vida que llevo, no le permití durar mucho
tiempo a mi lado.
Aquellas personas creyeron
que entre una elección entre mi dulce marihuana y ellos, yo iba a elegir dejar
la marihuana (aunque con los dedos cruzados prometí hacerlo solo para
tranquilizarlos)... Pobres ilusos, se creyeron capaces de poder domar a un espíritu
libertario y anarquista. Creyeron que un alma libre como el mío podría ser
domado con amor. Mi alma solo puede ser domado con la flama revolucionaria de
un mundo nuevo, de un nuevo orden mundial donde la marihuana sea por fin legalizada.
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