lunes, 6 de octubre de 2014

FUMANDOME LOS PROBLEMAS


A veces me siento esclavo de esa droga, me siento atado al mar de sensaciones que despierta en mí, poseído por un ente extraña que emerge dentro mío, cuando el dulce humo lleva el tetrahidrocannabinol a mi cerebro, pareciera que un desconocido, que otra persona oculta dentro mío despierta y toma el control de mi ser, toma el mando de este cuerpo, y de mi interior emerge mi lado oscuro y me hace hacer cosas, decir cosas y pensar cosas que en mi sano raciocinio ni siquiera imagino. Hay un algo dentro mío que constantemente quiere salir, y la marihuana es la llave que utiliza para escapar temporalmente de esa prisión donde le tengo confinada.
Soy un prisionero del mar de emociones que desata esa dulce planta vaporizada con fuego. Su efecto es  como una fuerte tormenta que asedia el horizonte, con truenos y relámpagos, con visiones y revelaciones, con éxtasis y libido, pasión y lujuria, odio y amor, paz y conflagración, el pasado se cristaliza ante mis ojos, y el futuro es más prometedor con cada respiración, la alegría se materializa y el mundo se colorea… y luego de pasada aquella tormenta de percepciones maximizadas, regresa la calma, y el efecto alucinante se esfuma, regresa nuevamente el remordimiento, la tristeza convertida en humo y expulsada de mis pulmones, otra vez regresa a ocupar el lugar que había abandonado cuando consumí la ganlla; el dolor nuevamente hace presencia, y lo que hace un momento fue un mágico mundo colorido nuevamente vuelve a perder sus colores y a tornarse gris, y es entonces cuando me doy cuenta que deberé nuevamente dar una jalada más de marihuana, para continuar experimentando la belleza en que se transforma cada átomo del universo, cada escapada de esta realidad.
En momentos como estos,  es cuando me doy cuenta que soy prisionero de un círculo vicioso del que no logro salir, del que no puedo salir y del que no tengo intención de hacerlo.
Este círculo vicioso no tiene un comienzo, tampoco un final, todo es un suceso cíclico, todo está encadenado a un fin no hay manera de escapar, y aunque pudiera no estaría en mis planes el hacerlo.
Mis miedos, mis inseguridades, y la incertidumbre de lo desconocido hacen que quiera fumar la maría para convertir la noche en luz, y al hacerlo, los miedos se esfuman en segundos, la felicidad devora la tristeza, y la paz reconforta mi alma, pero no obstante y para mi desgracia, el efecto de esa droga no es eterno (aunque así lo quisiera), y nuevamente los miedos e inseguridades reaparecidas hacen que nuevamente desee consumirla. Atrapado, pero al mismo tiempo no deseando salir. Estoy condenado a repetir este ciclo durante toda mi vida, he aprendido a vivir así, no puedo ser feliz de otra manera, es mi manera de vivir, mi manera de ser, he aprendido a fingir que soy normal, como todos, y todo aquel que haya intentado cambiar este patrón de vida que llevo, no le permití durar mucho tiempo a mi lado.
Aquellas personas creyeron que entre una elección entre mi dulce marihuana y ellos, yo iba a elegir dejar la marihuana (aunque con los dedos cruzados prometí hacerlo solo para tranquilizarlos)... Pobres ilusos, se creyeron capaces de poder domar a un espíritu libertario y anarquista. Creyeron que un alma libre como el mío podría ser domado con amor. Mi alma solo puede ser domado con la flama revolucionaria de un mundo nuevo, de un nuevo orden mundial donde la marihuana sea por fin legalizada.

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